El sanchismo, agente corruptor de todo el sistema institucional, no permite la preeminencia de los criterios profesionales ni siquiera en política exterior, un ámbito donde los países dejan aparcadas sus contiendas internas para defender los intereses nacionales con visión de Estado. En nuestro país, en cambio, tenemos que soportar a un ministro de Exteriores como José Manuel Albares, uno de los lacayos más serviles del sanchismo que, una vez más, ha provocado un escándalo con su permanente sumisión a los intereses espurios de su jefe.
Los cambios intempestivos de embajador en países importantes a los pocos años de llegar al cargo, decretados por Albares, han indignado a los miembros de la carrera diplomática por su evidente aroma a venganza política. Entre esos ceses destaca por las peculiares condiciones en las que se ha producido el del embajador de España en Corea del Sur, Guillermo Kirkpatrick de la Vega, producido a los pocos días de su reunión en Madrid con Isabel Díaz Ayuso. El embajador Kirkpatrick ni siquiera había promovido ese encuentro, solicitado por la presidenta madrileña para interesarse por las oportunidades de negocio creadas tras su viaje al tigre asiático. Se trata, por tanto, de una reunión sin contenido político destinada a incrementar el volumen de negocio de España en países tan potentes como Corea del Sur, pero el desarrollo normal de las relaciones institucionales no alteran la mentalidad mezquina de Pedro Sánchez, que ha desatado una guerra sin cuartel contra Isabel Díaz Ayuso y está dispuesto a pasar a cuchillo a los que no actúen a su dictado. Albares, lacayo sanchista por antonomasia, se ha encargado de dejarlo claro.
El escándalo ha sido mayúsculo, hasta el punto de que los diplomáticos han dirigido una carta al ministro reclamando "criterios objetivos" y una mayor transparencia en el proceso de selección, "priorizando a los que presenten un perfil más adecuado para cada una de las vacantes". El esfuerzo, qué duda cabe, resultará estéril, porque el sanchismo no entiende de neutralidad política ni meritocracia. Sánchez ha puesto todas las instituciones a su servicio y hasta los nombramientos o ceses de los embajadores, uno de los actos políticos más neutrales que cabe imaginar, están sujetos a la voluntad sectaria del presidente del Gobierno para utilizarlos en sus guerras particulares.
La presidenta de Madrid ha destacado la paradoja de que "a un embajador en Corea del Sur le traten como harían los gobernantes de Corea del Norte", pero es que el sanchismo está más cerca del régimen de Kim Jong-Un que de una democracia liberal al uso, donde el recambio de los altos representantes nacionales se realiza únicamente cuando resulta necesario y bajo criterios de exquisita neutralidad.
Sánchez ha fulminado a un embajador por reunirse con Díaz Ayuso, lanzando un aviso a toda la carrera diplomática de lo que se juega si no actúa al dictado del ministro, un personaje menor que volverá a la carrera diplomática cuando caiga el sanchismo convertido en el triste palafrenero de un aspirante a tirano.