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Libertad Digital

De cómo me embarqué en la aventura de unos pioneros

Da un poco de vértigo ver que han pasado veintitrés años desde que comprobé, con emoción contenida, que un nuevo y prometedor periódico digital había publicado una columna mía.

Da un poco de vértigo ver que han pasado veintitrés años desde que comprobé, con emoción contenida, que un nuevo y prometedor periódico digital había publicado una columna mía.
Libertad Digital

Hay temporadas en las que no pasa nada especial, y por eso se hacen cortas, y hay otras, extraordinarias, en las que los acontecimientos se amontonan y el tiempo nos hace el favor de fingir que se alarga. A esas épocas de las que hay tantas cosas que contar que no se daría abasto pertenecen los veinticinco años de Libertad Digital y también, en lo puramente personal, los veintitrés años de mi colaboración en este periódico. Porque la fecha de mi embarque en esta aventura es, nada menos, el 14 de noviembre de 2002, un embarque que, como tiene que ser en las verdaderas aventuras, fue resultado del azar.

El principio de los años 2000 fue una época de cambio para mí. Había cambiado Madrid, la ciudad a la que marché a estudiar Políticas cuando en España sólo se podía estudiar allí aquella carrera, y la ciudad donde me había iniciado en el oficio periodístico, por Vigo, mi ciudad natal. Era algo así como empezar desde cero, porque había decidido, otra vez, pues no era la primera, abandonar mi incursión en la prensa. Pero escribir en los periódicos es un vicio que no se deja así como así y acepté una columna en la edición local de un diario. Precisamente una columna escrita para aquel diario a la que no daban salida, fue la primera que me publicó Libertad Digital. Iba de "memoria histórica", tema que recién asomaba en la política española, y partía de unas declaraciones de Santiago Carrillo durante una visita a la ciudad. De aquella columna inicial, al contrario que de tantas otras, puedo decir, releída hoy, que no cambiaría una coma.

De la existencia de Libertad Digital tenía yo noticia antes de aquel noviembre de 2002, pero hay que recordar que la prensa digital estaba entonces recién nacida. Era como un niño que estaba echando a andar o a correr, como se vería enseguida, y era una aventura por la que muchos, en la prensa sólidamente instalada en el papel, no daban un duro y cuyo potencial se resistían a reconocer. La resistencia aún duraría algunos años, y recuerdo haber escuchado más de una vez a un director de uno de los periódicos impresos referirse a Libertad Digital como un "portal". Ignoro qué quería decir con lo de "portal", pero era evidente que no deseaba llamarlo periódico. Ironías del destino, al cabo del tiempo, el orgulloso director acabaría por montar un "portal" para poder seguir en la brecha. Pero no era sólo que los digitales nativos fueran poquísimos. El acceso a Internet no estaba generalizado ni era fácil. No tenías Internet en casa. Ibas a ciber-cafés o locales parecidos, y allí te conectabas. En aquellos primeros y vacilantes pasos del mundo digital, la primera vez que te hacías un correo electrónico era una ocasión memorable.

Exploradores pioneros

Todo esto que acabo de contar pertenece al mundo de ayer, pero no se puede olvidar. Conviene saber de dónde se viene para saber mejor dónde se está. Y hay que hablar de los pioneros que exploraron por primera vez el nuevo mundo, al que no se sabía bien cómo debía nombrarse, ¿la Red? ¿Internet? ¿con mayúscula? A los exploradores pioneros que estaban en aquella primera redacción de Libertad Digital, en la madrileña calle del Conde de Aranda, pude conocerlos poco tiempo después de empezar mi colaboración. Allí vería en acción, como comandantes estelares que se encaminan a un planeta desconocido, a Javier Somalo y a Dieter Brandau, luchando contra los elementos y provistos de un envidiable buen humor. Pero antes debo decir cómo fue que alguien como yo, recién instalada en la remota ciudad de Vigo, acabó conectando con aquella gente. Una conexión que remite a un cambio de trayectoria en mi andadura política e intelectual, que me llevó a replantearme preguntas que habían quedado sin respuesta, y a las afinidades que encontré en los promotores y colaboradores de Libertad Digital.

Cada uno tenemos nuestra pequeña historia y la mía entronca con la de un grupo generacional que participó en el antifranquismo en los últimos años de la dictadura y luego se dispersó siguiendo trayectorias muy distintas. Contra lo que dicta la memoria histórica oficial, aquel grupo era muy minoritario, porque la mayoría, como se decía entonces, "no se metía en políticas". Nos metimos pocos, universitarios muchos, y nos metimos en alguno de los grupúsculos y partidos que estaban en lucha contra la dictadura, como se predicaba con ambición irreal. Muchos de aquellos pocos nos convertimos entonces al comunismo como quien se convierte a una religión, y la "desconversión" no se suele hacer de la noche a la mañana. La mía fue por fases, como quien se va desprendiendo de objetos que guarda en casa, a pesar de que ya no los usa ni le gustan, pero no se completaría del todo hasta muchos años después. Una fecha clave fueron los atentados contra las Torres Gemelas, el 11-S.

Uno puede haber rechazado ya una teoría, como la marxista, pero la ruptura completa con una familia política se produce cuando ocurre algo que remueve los estratos más profundos. A raíz del 11-S, tuve una percepción impactante de cómo era la izquierda realmente existente. No era ya que fuese antiamericana, que eso lo había sido siempre; es que era antioccidental, contraria a los rasgos que han formado históricamente Occidente, dan sustento a las democracias liberales y posibilitan nuestro modo de vida, nuestra libertad. Era, o a esa conclusión llegué, una izquierda suicida. Cuando ves que una opción ideológica conduce a alguna gente poco menos que a celebrar la muerte de miles de personas porque son norteamericanas, la cuestión en juego ya no es la validez de esa ideología. Es su definitiva degeneración. De esta percepción saldría el hilo que me llevó a buscar con más urgencia nuevas respuestas a viejas preguntas.

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En los primeros e inciertos tiempos de lo digital era más sencillo para mí conseguir La Ilustración Liberal en papel que leer Libertad Digital en Internet, y allí, en la revista, encontré material valioso para mis indagaciones. Encontré también en ella la firma de un antiguo compañero de fatigas, Fernando Serra, al que había conocido en el desaparecido diario Pueblo, donde ambos coincidimos, con otros peligrosos revolucionarios, en el Servicio de Documentación. (La historia de aquella redacción o redacciones, porque por allí pasaría mucha gente a lo largo de los años, la ha contado Jesús Fernández Úbeda en Nido de piratas, un inolvidable viaje al desaparecido periodismo bohemio.) Pero había más que, aunque no eran conocidos, era como si lo fueran. En Libertad Digital descubrí a personas que formaban parte del grupo generacional que se había metido en política cuando no era prudente meterse. Como Javier Rubio o Pio Moa, por no hablar de figuras míticas, como Amando de Miguel. O el promotor de todo esto, el que había apostado como nadie por el nuevo mundo digital, Federico Jiménez Losantos, a quien recordaba de publicaciones de Barcelona, cuando Barcelona era el centro de la innovación intelectual, y de cuando presentó en Madrid Lo que queda de España en un tumultuoso acto en la librería Antonio Machado, en el que apenas logré entrar porque allí estaba todo el mundo.

Los acontecimientos se precipitaron poco después. Fue empezar a colaborar en LD, y al poco tuvimos en Galicia el Prestige, catástrofe sin paliativos, primer gran estreno del tipo de agit-prop que se venía encima y primera ocasión en la que pude comprobar que si había que ir a la contra de la opinión dominante en la prensa, Libertad Digital era el lugar para hacerlo. Sin tiempo para la pausa, llegó la guerra de Irak, con el "noalaguerra" por todas partes y una presión brutal contra el apoyo de Aznar a Bush, que sólo LD iba a resistir. Aún se escuchaban las multitudinarias manifas contra una guerra a la que España no envió tropas para combatir, cuando nos vimos sacudidos por los masivos atentados del 11 de marzo, tres días antes de unas elecciones generales que iba a ganar el PP, con Rajoy, pero ganó el PSOE con Zapatero, previo rodeo de las sedes del PP y acusaciones de "asesino" a Aznar. El aire de la política española se enrareció de una manera radical y, lo peor, irreversible. Su toxicidad se espesaría en los siguientes años, con la negociación política de Zapatero con la ETA.

Pasamos el sarampión infantil del 15M, y de nuevo, lo que era alabado por tanta prensa y tanta gente, tuvimos que contrarrestarlo desde aquí. Lo mismo sucedió cuando, como secuela del sarampión, apareció Podemos y tanta gente y, de nuevo, tanta prensa, quedaron deslumbrados con Iglesias, Errejón y Monedero, y les brindaron halagos y elogios, como si fueran los genios que iban a regenerar el país. Y, acabo ya el repaso, desde aquí advertimos del golpe separatista que se veía venir, y que ocurrió en octubre de 2017, y desde aquí se hizo lo posible y más por contrarrestar la campaña del separatismo, que logró que los grandes medios internacionales simpatizaran con los golpistas. Españoles residentes en el extranjero se pusieron entonces en contacto con Libertad Digital y se ofrecieron a traducir artículos míos al inglés, por lo que algunos se publicaron en los dos idiomas, lo cual resultó innovador.

Todos estos acontecimientos que sacudieron a España, más los que vinieron después, he tenido la oportunidad de comentarlos y analizarlos en el periódico que abrió las puertas a otra dimensión de la prensa hace 25 años. Da un poco de vértigo ver que han pasado veintitrés años desde que comprobé, con emoción contenida, que un nuevo y prometedor periódico digital había publicado una columna mía. Casi un cuarto de siglo, nada menos. La ventaja y el antídoto del vértigo es que no estamos en el pasado, porque seguimos en el presente.

En España

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