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Supremacismo catalanista de bares y restaurantes

Esa gente es la que ha decidido cuántos menores extranjeros van a Madrid, cuántos a Murcia y cuántos no van a Cataluña.

Esa gente es la que ha decidido cuántos menores extranjeros van a Madrid, cuántos a Murcia y cuántos no van a Cataluña.
Miriam Nogueras, de Junts. | LD/Agencias

En el independentismo hay una honda preocupación por el futuro del idioma catalán. Creen que la inmersión lingüística ha fracasado, que no hay suficientes camareros que hablen en catalán y que aún hay restaurantes que no disponen de cartas en catalán. Manejan toda clase de encuestas que predicen un futuro muy negro para los catalanohablantes si no se consigue eliminar de los espacios públicos y privados el odioso idioma que ellos llaman castellano y que en todo el mundo se conoce como español.

Los independentistas más cerrados y los socialistas más serviles denuncian que en Cataluña no se puede vivir al cien por cien en catalán. Han impuesto el catalán en las escuelas, en la función pública, en los hospitales, en los grandes almacenes, en los pequeños, en los rótulos, en las etiquetas, en los bares y restaurantes, en las tiendas de barrio y en los lujosos comercios del paseo de Gracia, pero resulta que el catalán se muere, que los niños juegan en los patios en español y que hay camareros, horror absoluto, que hablan en inglés, francés y español, pero no en catalán.

Se tiran de los pelos, se rasgan las vestiduras y se dan golpes en el pecho. ¿Cómo es posible que haya camareros que no entiendan que un "tallat" es un cortado? Es la represión española, dicen. Y se quedan tan anchos los tíos. Su manera de luchar contra el Estado opresor es echarle la bronca a un camarero, pedir el libro de reclamaciones y señalar en las redes con una estrella digital el local en cuestión para que el independentismo tome nota y le declare el preceptivo boicot. Y encima suele ser mentira que no les hayan atendido en catalán o que el restaurante no dispusiera de carta en catalán. Pero así acaban los malentendidos con estos independentistas intolerantes cuyo gran drama es que dicen que no pueden vivir plenamente en catalán porque alguien recién llegado no les sirve el café o les limpia el culo en el idioma de Pompeu Fabra.

Y es con ese tipo de gente con quien el Gobierno ha negociado el traspaso de las competencias de inmigración y el control de las fronteras, con esa gentuza que se cree superior y que exige que se le atienda en catalán porque están en "su país", porque el catalán es la lengua "propia", porque "Cataluña no es España" aunque el español sea oficial en Cataluña (les da la risa con eso a los separatistas), porque el que paga, manda y porque el cliente siempre tiene razón.

Y esa gente es la que ha decidido cuántos menores extranjeros van a Madrid, cuántos a Murcia y cuántos no van a Cataluña. Los que consideran que impartir un 25% de español en la enseñanza obligatoria en Cataluña es una imposición fascista de los tribunales franquistas en vez de un derecho de los niños. O que hay que echar de la región a los médicos y enfermeros que no hablen catalán.

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