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Nota sobre la supresión específica del PSOE

Los partidos políticos son estructuras que operan con dinámicas sectarias, sofocando la autonomía individual, fomentando pasiones colectivas y priorizando el poder sobre el bien común.

Los partidos políticos son estructuras que operan con dinámicas sectarias, sofocando la autonomía individual, fomentando pasiones colectivas y priorizando el poder sobre el bien común.
LD/Agencias

La reciente filtración de mensajes de WhatsApp entre Pedro Sánchez y su entonces ministro de Transportes, José Luis Ábalos, publicada por El Mundo, revelan tácticas inquisitoriales para controlar a los denominados "barones" socialistas, tildándolos de "hipócritas", "impresentables" o incluso calificando una entrevista de Page como "vomitiva". Pero elevemos un poco el nivel de la crítica aplicando el análisis de la filósofa francesa Simone Weil, enemiga íntima de los partidos políticos. Porque los mensajes entre Sánchez y Ábalos, tanto monta, no solo evidencian tensiones internas en el PSOE, sino que muestran cómo los partidos políticos son estructuras que operan con dinámicas sectarias, sofocando la autonomía individual, fomentando pasiones colectivas y priorizando el poder sobre el bien común.

En su ensayo Nota sobre la supresión general de los partidos políticos, Simone Weil argumenta que los partidos son máquinas de poder que funcionan como sectas laicas. Según Weil, los partidos exhiben tres características fundamentales que los hacen incompatibles con una democracia genuina: sustituyen el pensamiento crítico por lealtades ciegas, polarizando a la sociedad y manipulando emociones para mantener la cohesión interna; imponen una disciplina que reprime la libertad intelectual y moral, exigiendo obediencia a la línea oficial del partido; por último, su objetivo principal es crecer y consolidarse, relegando la búsqueda de la verdad y el bien común a un segundo plano.

Weil planteó la supresión de los partidos para reemplazarlos por un sistema basado en el debate libre, la responsabilidad individual y la deliberación colectiva. Los mensajes de Sánchez y Ábalos ofrecen un caso paradigmático para analizar cómo los partidos modernos, y en especial el PSOE, institucionalizan las dinámicas sectarias que Weil denuncia, con los críticos convertidos en enemigos respecto a los cuales hay que organizar autos de fe y levantar hogueras. Las discrepancias de Page, Vara y Lambán –como los indultos a los golpistas catalanes— no solo eran legítimas, sino trivialmente correctas. Sánchez, sin embargo, opta por la descalificación personal y la exigencia de sumisión. Esta dinámica refleja la advertencia de Weil: "La operación de tomar partido por algo, de tomar posición a favor o en contra, ha sustituido la obligación de pensar". En el PSOE, la cohesión del partido prima sobre el diálogo, transformando a los críticos en adversarios internos que deben ser silenciados. Incluso Rubalcaba reconoció que Sánchez había dejado de dirigirle la palabra cuando criticó su acercamiento a la extrema izquierda y los ultranacionalistas. Los whatsapp entre Sánchez y Ábalos podrían ser perfectamente entre Charles Manson, líder de la infame y criminal "Familia Manson", y sus seguidores, que le profesaban una devoción ciega y una sumisión total a su líder. Mejor que "PSOE", el partido debería llamarse ahora "Familia Sánchez".

Decía Weil que "si la pertenencia a un partido obliga siempre y en todos los casos a la mentira, la existencia de los partidos es absolutamente, incondicionalmente, un mal". No hay partido en España, dudo mucho que en toda Europa, tan comprometido con la mentira como el PSOE que, finalmente, ha encontrado en Pedro Sánchez su más genuina esencia en cuanto que bulo hecho bola de carne. Seguía Weil: "El sistema de partidos comporta las penalizaciones más dolorosas por insubordinación. Penalizaciones que alcanzan a casi todo —la carrera, los sentimientos, la amistad, la reputación, la parte exterior del honor, incluso a veces la vida familiar—. El partido comunista ha llevado el sistema hasta la perfección". Pero ahora sabemos que los comunistas son unos aficionados al lado de los social-sanchistas.

Weil argumentaba que los partidos imponen una disciplina que coacciona a sus miembros, obligándolos a alinear sus opiniones con la línea oficial bajo amenaza de marginación. En este caso, los mensajes muestran que Sánchez, como líder del PSOE, no tolera la disidencia de los barones, quienes, pese a ser líderes autonómicos con legitimidad propia, son tratados como subordinados que deben ser controlados. La coerción colectiva que sofoca la libertad de conciencia es uno de los rasgos fundamentales de la partitocracia actual. Como señala Weil, "un hombre que pertenece a un partido político deja de pensar por sí mismo" porque el partido se convierte en un "ídolo" que exige obediencia. La característica específica de los seguidores del PSOE es que no solo han dejado de pensar por sí mismos, sino que han dejado de pensar en absoluto.

La táctica revelada en los mensajes refleja la obsesión por el poder que Weil identifica como el núcleo de los partidos. En lugar de fomentar un debate interno que enriquezca las políticas, Sánchez se centra en aplacar las voces disidentes para fortalecer su liderazgo. Esta lógica, según Weil, transforma al partido en un fin en sí mismo, donde el mantenimiento del poder prevalece sobre la búsqueda de la justicia o el bien común. Así, Sánchez ha transformado radicalmente al PSOE de partido a secta, en la que la lealtad al líder sustituye al pensamiento crítico, la jerarquía reprime la autonomía y el poder es el objetivo central.

Esta dinámica no es exclusiva del PSOE. Otros partidos españoles han mostrado comportamientos similares donde "el que se mueve no sale en la foto" (Alfonso Guerra dixit). Sin embargo, los mensajes de Sánchez y Ábalos ofrecen un ejemplo concreto de cómo un partido puede operar como una secta, exigiendo obediencia y castigando la disidencia en lugar de fomentar un espacio de deliberación libre.

Los mensajes de Sánchez y Ábalos subrayan la urgencia de una crítica y un cambio: cuando los partidos operan como sectas, la democracia se debilita, ya que los ciudadanos quedan relegados a espectadores y súbditos de luchas de poder internas.

Desde la perspectiva weiliana, este caso no es una anomalía, sino un reflejo de la naturaleza intrínsecamente totalitaria de los partidos. Para avanzar hacia una democracia más fiel a los ideales de Weil, España necesitaría reformas que descentralicen el poder, fomenten la participación ciudadana directa y reduzcan la influencia de las cúpulas partidistas. Hay que mirar a Suiza. Porque en caso contrario miraremos a la Rusia de Putin, cuyo lema podría ser el que se temía Weil: "Un partido en el poder y todos los demás en prisión". La única diferencia entre Putin y Sánchez es que el ruso lleva a la práctica de manera ruda lo que el español tiene que llevar a cabo de manera sibilina. Sería interesante conocer los whatsapp entre Sánchez y los presidentes del Tribunal Constitucional, Red Eléctrica, RTVE, el CIS e incluso Movistar…

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