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La región en la que están prohibidas las corridas

Hay gente que tiene ganas de revancha. Añoran el mambo y vuelven a escuchar como obsesos los grandes hits del procés.

Hay gente que tiene ganas de revancha. Añoran el mambo y vuelven a escuchar como obsesos los grandes hits del procés.
Joan Carretero. | Archivo

El independentismo catalán está en horas bajas. Ocho años después del golpe de Estado, los autores de la asonada continúan al frente del movimiento. Puigdemont y Junqueras siguen dando la tabarra, en primera línea, impasible el ademán. Ni se dan por vencidos ni por enterados. Son una caricatura, pero retienen poder y son capaces de condicionar a Pedro Sánchez y Salvador Illa. De hecho, el presidente del Gobierno y el presidente de la Generalidad dependen del expresidente de la Generalidad prófugo y del exvicepresidente de la Generalidad indultado, ambos a la espera de que el Tribunal Constitucional valide la amnistía en un pim, pam, pumpido. Cuestión de semanas.

En la fase actual del procesismo se alzan voces a favor de una nueva acometida. Hay nostalgia de las jugadas maestras, las jornadas históricas y las grandes exhibiciones de masas. Y gente dispuesta a botar en el techo de un todoterreno de la Guardia Civil a ver qué pasa. Ha pasado mucho tiempo de aquellos días de gloria. Melancolía independentista. Diríase que sólo el hecho de que Puigdemont aún resida en Waterloo es lo que frena la activación de un nuevo proceso. La situación procesal del líder de Junts recuerda a los revolucionarios de salón catalanistas que en España todavía hay jueces dignos de tal nombre y leyes que están por encima de Pedro Sánchez.

Pero algo se está cociendo y amenaza con romper las cáscara en el preciso instante en que Napodemont ponga otra vez los pies otra en España. Hay gente que tiene ganas de revancha. Añoran el mambo y vuelven a escuchar como obsesos los grandes hits del procés. "Els carrers seran sempre nostres!" de aquel largo verano del 17 que duró hasta la maternal aplicación del artículo 155 de la Constitución. Los irredentos miran con desprecio a Puigdemont. Es el unilateralismo extremo, un sector exquisito del independentismo. Toreo de salón en la región en la que están prohibidos los toros. En ese subsector se postula como líder Joan Carretero, un doctor en Medicina que fue alcalde de Puigcerdá y consejero autonómico de Gobernación de la cuerda de ERC en el primer tripartito. Doctor en Medicina, sí. Un respeto. Igual que Jordi Pujol.

Y, por cierto, como en el nuevo periodismo, la región en la que están prohibidas las corridas de toros es Cataluña, la misma que la de nuestro Carretero, el último héroe catalanista. El hombre propone un parlamento alternativo, aplicar "el mandato" del 1-O y chocar con el Estado. Entrevistado por un medio catalán afirmaba: "El primer paso será hacer una presentación. Queremos hacer una presentación aquí en Barcelona. Lo que pasa es que alquilar un local en Barcelona es carísimo".

La periodista no podía dejar de decir que si alquilar un local en Barcelona cuesta una pasta, declarar una independencia de España en España "aún es más complicado". He ahí la cuestión. Estos independentistas que se limpian el sable con la Constitución española y se rilan frente a las leyes del mercado inmobiliario. Veranear en Baden Baden y alquilar en Villanueva y Geltrú.

La idea es dar otro golpe de Estado, pero los preparativos requieren tiempo. Y recursos. No es fácil. Lo primero que hay que hacer es anunciarlo. Y eso, ¿para cuándo? Para "cuando encontremos un local que podamos pagar. ¡Es que quieres alquilar un local para dos horas en Barcelona y te piden 4.000 euros!", responde el buen doctor, un hombre con aspecto de primer presidente del primer estado imaginario. Cuatromileuros. Tomen nota.

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