
Una de las cosas más sorprendentes, muy bien analizada por Carmelo Jordá en este medio, es que el PSOE no baja en las encuestas del 27-28 por ciento. Sin embargo, la verdad es que, cuando el PSOE ha tenido el poder, ha sido siempre así. En 1996, a pesar de todos los escándalos del final del felipismo, votó a los socialistas el 37,63 por ciento. Y en 2011, con cambio de líder, tras haber congelado pensiones y bajado el sueldo a los funcionarios, al PSOE le votó un 28,76 por ciento. De modo que el problema al que se enfrenta Feijóo no es que el PSOE sea una banda, que lo ha sido desde su fundación, aunque ahora sea algo más evidente, es que hay más de un cuarto del electorado al que le da igual lo que sea. Si en 1996 Aznar pudo a duras penas formar gobierno y en 2011, Rajoy obtener una mayoría absoluta rápidamente dilapidada, fue porque no había apenas nadie disputándole su electorado. Hoy está Vox, como ayer estuvo Ciudadanos. Abascal, como está a la derecha del PP, no tiene otro electorado por el que luchar que no sea el de Feijóo. Pero Ciudadanos, más inclinado ideológicamente a la izquierda, prefirió pescar en las aguas de Génova antes que en las de Ferraz, por la sencilla razón de que el elector de izquierdas nunca traiciona a los suyos, por mucho que roben y por mucho que atropellen. En cambio, el electorado del PP no perdona las infidelidades. Lo castigó cuando creyó que mintió el 11-M, cuando subió los impuestos habiendo prometido bajarlos y cuando, a pesar de dos mayorías absolutas, Aznar asumió la politización de la justicia, perpetrada por González en 1985, y Rajoy la ley de Memoria Histórica, las de género, la del aborto y alguna más.
Por eso, a Feijóo no se le ocurrió ni por un momento ser presidente a cambio de darle la amnistía a Junts, porque su electorado no se lo habría perdonado y Vox no lo habría votado. En cambio, Sánchez, que negó a sus partidarios que lo haría, lo aceptó sin sonrojarse y sus socios comunistas lo respaldaron con tal de seguir tocando presupuesto. Y tal comportamiento infame no les costó un voto. Si hoy las encuestas les dan resultados algo peores es más por lo divididos que están que por las tropelías que han cometido. Ya dice Tezanos que, si Podemos y Sumar van juntos a las elecciones, es posible reeditar el Frankenstein.
De modo que la estrategia más práctica para el PP, es la de atraer al votante de Vox y no perder ni un minuto en convencer al elector socialista, entre otras cosas porque no se ha inventado la forma de seducirlo, ya que es alguien al que le da igual que pillen a toda la familia del presidente delinquiendo, a los fontaneros socialistas ofreciendo en su nombre apaños con la Fiscalía, y al Gobierno utilizando el poder para perseguir al adversario, a los jueces y a los policías con información falsa, inventada o arteramente mutilada. Ayuso lo entendió perfectamente en Madrid. Es verdad que contó con la inestimable ayuda de la traición de un tal Aguado que, por sus pocas luces merecería ser socialista y quizá fuera a lo que aspiraba, pero ¿por qué no puede intentar lo mismo Feijóo? Dicen que Madrid es diferente al resto de España. Es posible que sí o tal vez no, pero, ése es otro artículo.