
El jueves, Pedro Sánchez estaba o fingía estar afectado. El lunes, decididamente, fue sobrado. Su nueva comparecencia en Ferraz, otra vez el partido, nada que ver con el Gobierno, se resume en tres puntos: ha sido víctima de un caso de supuesta corrupción; el PSOE es una organización limpia; si alguien tiene que dimitir son los presidentes autonómicos del PP. Más aún y telegráficamente: nadie lucha más contra la corrupción que él; nadie ha tenido menos casos de corrupción que él; nadie ha sido más contundente y más rápido en reaccionar contra los corruptos que él. Todo ello, suponiendo que "el llamado caso Koldo" sea cierto. En ningún momento lo reconoció. Al contrario. La palabra que más repitió fue "supuesto".
Cada una de estas sacudidas se puede medir en la escala de Richter. Un terremoto provocado por una estampida, la de su atronadora huida hacia adelante. No hay responsabilidad que logre posarse, aun fugazmente, sobre sus hombros. Todas se las quita de encima. Si el guión de la conveniencia incluye la pantomima, dice que las asume. Pero ni un minuto más. Al siguiente, el dedo acusador señala a cualquier otra parte. Si algo ha demostrado estos años es que no tiene brújula moral. Es lo que muchos, apologéticamente, llamaron audacia. La audacia de salir ahí y decir que, ante una trama corrupta que anidaba en su Gobierno y tenía como factótum al trío que le encumbró y fue encumbrado después por él, lo prioritario es impedir que pueda gobernar la derecha.
El jueves compareció con las facciones del compungido. El lunes se dejó de pamplinas y llamó a la puerta de sus votantes para meterles el miedo en el cuerpo. El chantaje fue descarado. O tragan con todo o viene el coco. Esas fueron sus palabras, en román paladino. Parte de sus socios, por no decir la mayoría, las pronuncian igual. Tienen que justificar que, pese a todo, no van a retirar el apoyo. Evitar que gobierne la alternativa era la argamasa que mantenía unido al Frankenstein. Ahora es también el cemento que recubre la corrupción. Pero todo lo que hacen y todo lo que pueden hacer, y que no sea una decisión de ruptura, está marcado por el sello de lo irreal. Porque Sánchez está acabado. Esta realidad política tardará en imponerse, pero se impondrá.
No será la primera vez que haya un desfase así. Es lo habitual en quienes se aferran más de lo debido. Zapatero firmó su final mientras rubricaba el decreto de recortes de mayo de 2010, pero tardó un año y pico en aceptar que se le había acabado el tiempo. Y tenía mucha más fuerza parlamentaria que Sánchez. La credibilidad del presidente del Gobierno, nunca su fuerte, se ha reducido a cenizas. La campaña feroz contra los bulos, las acusaciones contra la máquina del fango, los ataques a los seudomedios, la insistencia suicida en que todo era mentira vienen ahora, como un boomerang, a estrellarse en su cara. El "todo era mentira" se ha dado la vuelta y es "todo era verdad". Y no hay nada que pueda oponerse a la potencia inmoral de los audios que grabó, cuidadoso, el tercer hombre del Peugeot. Ni el chantaje político