
Salga lo que salga del 21 Congreso del PP que comenzó el viernes y termina el domingo bajo el título "Toma partido por España", Alberto Núñez Feijóo debe ser consciente del desgraciado momento histórico que atravesamos… y que le toca de lleno si quiere gobernar.
Unas veces la historia se repite con todos sus males; otras, la experiencia ayuda a enmendar errores, y en ocasiones, como la que sufrimos, sucede lo contrario: que un éxito pasado se desmonta para volver al mal. En 1976 salimos de una dictadura por la vía de la reforma, no por la de la ruptura, tan reclamada por los socialistas que guardaban estricto silencio mientras Franco tuviera un hilo de vida.
Una y mil veces lo hemos dicho en estas páginas, pero todas serán pocas: el franquismo se autodestruyó conscientemente con su última Ley Fundamental, la octava, llamada Ley de Reforma Política.
No todos lo aplaudieron, claro. Unos querían franquismo eterno con revisión a la baja de las pocas aperturas reales que vieron la luz; otros reclamaban una revolución sangrienta y revanchista sin Franco y, finalmente, estaban los que acusaron a los reformadores de despreciar a los demócratas que, según parece, andaban sueltos entre los juanistas del don Juan que tan pronto pedía entrevista con Himmler a través de Muñoz-Grandes como se ponía al servicio del general Mola en Burgos disfrazado de carlista (acabó detenido y devuelto a la frontera) o abrazaba a los republicanos de la "Platajunta" de García Trevijano. Casi parece que aquellos han mutado y hoy son una mezcla, mucho más pobre en ideas, entre el zapaterismo primitivo, una pizca de Podemos y el Vox de Ramón Tamames.
El caso es que la ley de cierre del franquismo la elaboraron y aprobaron las cortes franquistas con el dictador recién muerto, en 1976. Esa octava Ley derogaba las siete anteriores, andamio jurídico e institucional del Régimen, y daba paso a la apertura que acabó en democracia, mal que les pese a tantos de uno y otro lado.
Por eso Torcuato Fernández Miranda, presidente de las Cortes y del Consejo del Reino, pronunció aquel famoso "de la Ley a la Ley" que de forma tan acertada como escueta define para siempre la Transición Española.
Hoy estamos ante el proceso perfectamente inverso, propio del golpismo que acaba con las leyes democráticas imponiendo otras. Cumplen la aritmética parlamentaria, claro, pero no la constitucionalidad, asaltada por Cándido Conde-Pumpido. La frase completa de la época de Torcuato era "De la ley a la ley a través de la ley". Hoy, el aforismo es: De la ley a la ley a través del fraude. El efecto es el mismo, un cambio de régimen. Las consecuencias, dramáticamente opuestas, suponen una involución que se carga nuestra democracia y que, si nadie lo remedia, saldrá publicada en el BOE.
Porque hoy está en duda todo el proceso, todo, de principio a fin. Un sencillo repaso deja, al menos, claros indicios de ello:
1. La llegada de Sánchez a la secretaría general del PSOE encierra varios muertos en el armario que ahora pueden asomar a empujones. Uno de ellos es el posible fraude en las urnas de las primarias socialistas a juzgar por el diálogo intervenido entre Santos Cerdán y Koldo García. Hablan los amigos de Pedro Sánchez el 13 de julio de 2014:
Santos Cerdán: "Cuando termine apuntas como que han votado esos dos que te faltan sin que te vea nadie y metes las dos papeletas".
Koldo: Ya está.
A Sánchez le pareció poca cosa: "…si se refiere al mensaje que habla de dos votos…". Dos que se sepa. Pero con uno ya hay fraude.
El otro muerto sería la presunta financiación irregular a través de una recaudación que no pasó el debido filtro del Tribunal de Cuentas gracias a que también allí había célula sanchista en la figura de Enriqueta Chicano, presidenta del Tribunal. La vista gorda afecta a unos 240.000 euros que quizá también le parezcan poca cosa a Sánchez.
2. La moción de censura contra Mariano Rajoy. Partió de una sentencia irregular del juez José Ricardo de Prada que debió valerle una condena por prevaricación. Ni se juzgaba a Rajoy ni se juzgaba al PP, pero un párrafo de la sentencia sirvió de motivación y armó el discurso nada menos que de José Luis Ábalos. El Supremo descalificó la sentencia como "excesiva" recordando que no se podía decir siquiera que el PP hubiera delinquido en ese proceso. Hubo más: la Sala de lo Penal de la Audiencia Nacional apartó al juez de la causa sobre la caja B por apreciar que su imparcialidad estaba "comprometida". Así echaron a Rajoy, eso sí, con ayuda de Albert Rivera y nula resistencia de la víctima.
3. Las elecciones generales de 2023. Visto el más que presunto fraude con las papeletas de las primarias, el proceso de las elecciones generales queda sujeto a sospecha. Avanzamos hacia la certeza al conocer que una de las fontaneras-poceras del PSOE, Leire Díez, tuvo en su mano la gestión del voto por correo de 2,5 millones de españoles. Presidía Correos por entonces Juan Manuel Serrano, amigo y exjefe de Gabinete de Pedro Sánchez.
4. Los pactos necesarios para gobernar con los peores ismos de España. Ante los raquíticos resultados, Pedro Sánchez se vio obligado a pactar con comunistas, proetarras, los golpistas catalanes y el PNV. El primer fraude fue incumplir lo que había prometido a sus votantes: Podemos jamás entraría en el Gobierno, nunca se pactaría cosa alguna con Bildu y Puigdemont sería traído ante la Justicia. Corrupción ideológica que ya ni se recuerda.
El segundo fraude es materia sub iudice y entra en el amplio ámbito de la corrupción del régimen sanchista. Santos Cerdán, hoy en la cárcel, admitió que su relación con el propietario de Servinabar, Antxon Alonso, fue clave para conseguir el voto favorable del PNV a la moción de censura de 2018. El PNV lo niega. Otegui lo confirma porque accedió a Santos Cerdán por la misma vía.
Después de ver cómo Pedro Sánchez ha transcurrido a pisotones por nuestra historia reciente añádase la corrupción sistémica en torno a él, su familia y sus amigos que ya empieza a desbrozar el caminito de Jerez y que puede cobrar dimensiones inimaginables. Y si aún fuera poco recuérdese que el fiscal general del Estado, Álvaro García Ortiz, está procesado y en la antesala de la condena.
Pero, sobre todo, nunca debe perderse de vista que el negativo de Torcuato Fernández Miranda hoy se llama Cándido Conde-Pumpido. Él es el muñidor del nuevo régimen para Pedro Sánchez o quizá para José Luis Rodríguez Zapatero. ¡Cuánta diferencia con el trío de 1976 formado por Torcuato, Adolfo Suárez y el rey Juan Carlos de entonces!
El PP, ante la Historia
El panorama no es para tomárselo a la ligera y quizá sólo estemos atisbando la punta de un iceberg de dimensiones continentales. Alguien que ha traspasado impunemente todas esas puertas sacudiéndose de encima unas veces la legalidad y otras la legitimidad cuando no ambas al tiempo, hará lo posible por seguir haciéndolo, ya sea para culminar su proyecto o para escapar de él si se complica el panorama judicial. El PP no está ante un partido ni ante un Gobierno normales. Está ante un intento ilegal y muy avanzado de cambio de régimen.
El partido de Feijóo debe entender este proceso histórico en su dimensión exacta porque es tan importante como el que dio a luz la democracia que hoy peligra. No estamos en un momento cualquiera. Hagan lo que hagan pasarán a la historia, para bien o para mal.
Tras el 21 Congreso del PP, unos nombres propios resultarán prometedores, otros no nos dirán mucho y algunos nos traerán infaustos recuerdos. Lo más cierto en todo esto es que los políticos están demasiado rodeados de asesores, más bien susurradores, cuya función es que el líder no mire directamente lo que sucede alrededor. En 1976 sucedía exactamente lo contrario. Todavía puede aprenderse algo de entonces y luchar para que nadie lo deshaga impunemente.