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El manifiesto populista

No es criticable pedirle a Israel contención, pero sí que lo es utilizar este asunto para tapar tu propia corrupción.

No es criticable pedirle a Israel contención, pero sí que lo es utilizar este asunto para tapar tu propia corrupción.
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. | Europa Press

El presidente del gobierno ha desplegado esta semana su extraordinaria agudeza para sacar tajada política de la delicada situación por la que pasan los habitantes de Gaza que están siendo utilizados como monigotes por los dirigentes de Hamás desde la comodidad de su resort en Doha.

A nuestro Arafat particular le ha parecido oportuno embarcarse en esta otra "Flotilla de la Libertad", que viaja en Falcon, el salitre es cosa de desarrapados, erigiéndose en el faro del mundo libre que sufre en la distancia y maldice el destino del pueblo de Gaza.

La conducta del presidente sería creíble si se tratara de la primera vez que se utiliza este tipo de estrategia. Pero la realidad es que el propósito es desviar la atención de los escándalos de corrupción que afectan al Ejecutivo y sustituirlos en la agenda mediática por un tema de mayor carga emocional, aunque de limitado recorrido práctico. Como explica Maite Loureiro con detalle, se recurre a lo mismo cada vez que a Pedro Sánchez lo acogota la corrupción, de manera que resulta bastante sencillo identificar tanto la intención de este gesto tan artificioso como lo que realmente lo motiva.

Pedro Sánchez intensificó su retórica utilizando términos como "genocidio", consciente de que este es un término de gran carga simbólica, especialmente cuando se emplea en referencia al pueblo judío. Sin embargo basta con escuchar lo que dice el presidente y contrastarlo con las nueve medidas, muchas de ellas recauchutadas y otras imposibles de cumplir, para comprobar el grado de exageración de su discurso.

Si Sánchez realmente creyera en lo que él mismo afirma y pensase que Israel está llevando a cabo un genocidio y exterminando a la población de Gaza, lo que cuesta entender es por qué su gobierno no ha roto ya de manera inmediata las relaciones diplomáticas con Israel, que sería lo esperable ante una acusación tan grave.

Esta falta de coherencia sugiere que el objetivo de fondo no era tanto influir en la política internacional, sino más bien dirigir el foco de atención dentro de nuestras fronteras. No se trata, por tanto, de un giro en la diplomacia exterior de España, sino de una maniobra orientada a controlar el debate público nacional.

No debe sorprendernos ya, a estas alturas, que Sánchez recurra al que es uno de los recursos más exitosos del manifiesto populista como es la creación o exageración de un "enemigo exterior". Este enemigo puede adoptar diversas formas: potencias extranjeras, organismos internacionales, empresas multinacionales, o incluso conceptos tan etéreos como la ultraderecha o el cambio climático. Lo importante no es tanto la veracidad de la amenaza como su utilidad política. Al señalar hacia fuera, el dirigente populista evita rendir cuentas hacia dentro.

Esta figura cumple una función esencial: desviar la atención de la opinión pública respecto a los problemas internos del país, ya sea el empobrecimiento de la ciudadanía, los escándalos de corrupción, la ineficiencia institucional o el desgaste político, obsérvese que en Sánchez confluyen todos ellos.

Los líderes populistas entienden el poder de la narrativa emocional. En lugar de ofrecer soluciones estructurales a los desafíos nacionales, recurren a un discurso divisivo que busca movilizar a la población a través de sentimientos de miedo, indignación o patriotismo.

Además, el uso del enemigo exterior suele venir acompañado de una escalada retórica: se recurre a palabras de gran carga simbólica —como "traición", "genocidio", "colonialismo" o "imperialismo"— con el fin de dramatizar el conflicto y reforzar la legitimidad del líder como "defensor del pueblo".

Este tipo de estrategias, si bien pueden ofrecer réditos políticos a corto plazo, erosionan la calidad del debate democrático, polarizan a la sociedad y debilitan las instituciones. Cuando la política se convierte en un espectáculo de confrontación constante con enemigos imaginarios o exagerados, los problemas reales siguen sin resolverse.

Dado el contexto actual no es criticable pedirle a Israel contención, pero sí que lo es utilizar este asunto para tapar tu propia corrupción…

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