
Uno de los que sostiene al Gobierno corrupto de Pedro Sánchez es Carles Puigdemont, que sigue huido de la Justicia y asistiendo a la dramática evaporación de su frágil importancia.
El que negociaba con él por parte de Gobierno, Santos Cerdán, está ya en la cárcel haciendo sitio a unos colegas con los que tiene alguna cuenta pendiente. Le ha sustituido José Luis Rodríguez Zapatero, el engrasador de la banda, amigo de los caudillos farloperos de América y del Partido Comunista de China. Esto es lo que el Gobierno llama "normalizar las relaciones con Cataluña". Sale caro.
Pedro Sánchez, con el nudo de la corbata flojo, se dejó ver esta semana ante la prensa mucho más parecido a como es en realidad. No le gusta que le pregunten por sus talones de Aquiles, que le señalen las vergüenzas que lleva al aire. "¡Hala, ya tenéis el corte!". Y jajaja… Pero pocas risas.
Mientras, en el mundo real, la UCO no mira al horizonte y sigue recogiendo pruebas del crimen y la Justicia da los pasos que debe dar sin quitarse la venda de los ojos pese a las zancadillas diarias. ¿Y los socios? Pues unos mejor que otros, pero con lo que hay no llega para el queroseno del Falcon.
Miriam Nogueras aguó la maniobra chavista de Sánchez que, como si fuera un líder mundial, también quiere ahora encabezar la política horaria. La puigdemoniaca le jugó la partida con una carta afilada: menos hablar del cambio de hora y más de la hora del cambio. Dicen, y es cierto casi siempre, que una cosa es el tono que se muestra en público y otra el verdadero pulso de una relación. El teatro político de toda la vida. Pero es que en esta ocasión, además, parece que hay un duelo entre perdedores.
Y si Junts deja de apoyar al Gobierno de Sánchez hasta el punto de dejarlo caer o incluso secundar, como amenazan entre dientes, una moción de censura, ¿qué esperan de otro Gobierno? ¿Algún incauto considera que un Gobierno del PP —forzosamente con Vox, de momento— desatascaría sus demandas separatistas? Ante la evidencia, decae el órdago, sin duda.
Junts no es un partido de izquierdas, pero resulta más compatible con el PSOE porque la idea de España no es un límite que deba respetarse, y porque el delito es negociable, cosa que no sucedería con un gobierno del PP soportado por Vox.
Quizá jueguen entonces la carta de un acercamiento correspondido de Junts al PP por los viejos tiempos de la "gobernabilidad" que colmaría la ira de Vox —y alguna más— y abortaría, salvo sorpresa electoral, cualquier posibilidad de un gobierno de centro derecha antinacionalista. ¿Buscan entonces otro PSOE sin Sánchez que quiera seguir con la letal monserga del "encaje de Cataluña" mientras se cede terreno sin límite? Largo lo fiarían.
¿Viven, en todo caso, mucho mejor en la inestabilidad? Sin duda, como siempre, salvo el propio Carles Puigdemont. Así que el de Waterloo empieza a ser visto como un lastre que destapa los faroles indepes. Un lastre sin atractivo electoral alguno que hay que dejar caer.
El otro factor que debilita al prófugo y a todo su partido es Silvia Orriols y su Aliança Catalana. Con un furibundo independentismo fuera de toda duda, además se está llevando a sacas los votos del hartazgo por la inmigración ilegal, por la ocupación de casas y, en general, por la alarmante inseguridad. Han cambiado muchas cosas en Cataluña y en España, en Junts y en el PSOE, desde el golpe de octubre de 2017. No es, ni mucho menos, el mismo tablero de juego.
Entonces ¿quién tiene más miedo, Sánchez o Puigdemont? Pues tiemblan ya en perfecta armonía. Uno en fuga de la Justicia y otro, en cierto modo, también. El catalán no tiene todavía las credenciales de Conde Pumpido, auténtico salvoconducto del golpismo, para volver a su republiqueta de cartón piedra. Y el presidente empieza a ver demasiado cerca el banquillo familiar y a sus mosqueteros del Peugeot desfilando rumbo a galeras. Puede que antes de que acabe el año el dúo de las sobrinas esté camino de Soto del Real. Y puede que después sea el PSOE, como persona jurídica, el que tenga que soportar el peso de una imputación por presunta financiación ilegal.
En resumen, los siete votos del prófugo no pesan tanto, pero de momento siguen valiendo los esfuerzos de Pedro Sánchez para conseguir el reconocimiento del catalán como lengua oficial en la Unión Europea, la cesión de competencias en materia de inmigración a Cataluña y la aplicación de la amnistía para el fugado. O sea, el supremacismo que acosa a cientos de miles de castellanohablantes, el control de las fronteras como Estado… y el secuestro y borrado de la historia. La historia de un golpe de Estado. Es el precio.
La chulería autoritaria de gobernar "con o sin el concurso del Poder Legislativo" sigue siendo el norte de Sánchez. Gobierna sin presupuestos ni intención alguna de presentarlos, cobijado bajo el cambio climático, el Estado palestino, el cambio horario, las flotillas que le refloten y la denuncia de bulos, fangos e "inventadas" de los pseudomedios. Y lo hace suponiendo que al final tendrá el apoyo de los acreedores que le esperan a diario en el rellano, los peores enemigos posibles de una España liberal y democrática.
Sin embargo, cada vez está más claro que todo puede cambiar de pronto, una mañana cualquiera, con una declaración o una grabación que hagan imposible la presunción de inocencia del peor Gobierno de la historia reciente de España. Puigdemont será entonces el menor de sus problemas.
El miedo ya no se puede esconder. Le aflora.



