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COMER BIEN

De cine

Hay muchas formas, algunas de ellas muy coloquiales, pero francamente impresentables, de alabar lo que se ha comido en tal o cual lugar; una de ellas, ni más ni menos hiperbólica que las demás, es decir eso de "comí... de cine".

Hay muchas formas, algunas de ellas muy coloquiales, pero francamente impresentables, de alabar lo que se ha comido en tal o cual lugar; una de ellas, ni más ni menos hiperbólica que las demás, es decir eso de "comí... de cine".
Aunque pueda parecer lo contrario, el cine y la gastronomía no han hecho demasiadas buenas migas; el catálogo de películas que podríamos calificar de "gastronómicas" no es tan amplio como a priori podría pensarse, ya que no podemos considerar gastronómica una película por el mero hecho de que en ella sus personajes coman o beban; lo que es cierto es que en el cine hay muchas y muy buenas secuencias gastronómicas.

De estas y otras cosas relacionadas con el cine y la gastronomía hubo ocasión de hablar largo y tendido la pasada semana en la primera edición de Cinegourland, festival de cine y gastronomía celebrado en la bellísima localidad de Laguardia, en la Rioja alavesa, posible gracias a la dedicación y esfuerzo de su principal promotor, nuestro querido colega y gran amigo Pepe Barrena, que escribe de ambos temas con notable elegancia y muchísimo conocimiento de causa.

Evidentemente, se comió, no sé si de cine o no, pero se comió bien, y se vio cine, que no todo iba a ser hablar de una y otra cosa. Faltó la que, para mí, seguramente sea la obra maestra del cine gastronómico, la magnífica ¿Quién mata a los grandes chefs?, con el inolvidable Robert Morley en el papel de crítico gastronómico; pero se vieron buenas películas.

Entre ellas, cómo no, Como agua para chocolate, basada en la deliciosa novela de la mexicana Laura Esquivel, con quien tuvimos el placer de volver a compartir mesa... porque el festival dispuso de muy interesantes y nutritivas subsedes, entre ellas el Palacio de Samaniego y el magnífico Sagartoki de Vitoria.

Como probablemente recordarán muchos de ustedes, una de las recetas más espectaculares de la novela de Laura Esquivel eran las codornices con pétalos de rosa. Y, qué casualidad, el plato fuerte de la magnífica película El festín de Babette era... codornices en sarcófago. Las codornices, como saben bien sus muchos aficionados, son ave de verano; me refiero, claro, a las de tiro, cuya temporada comenzará en dos semanas, con la apertura de la media veda. Codornices, verano, cine... Algo se nos tenía que ocurrir.

Ustedes háganse con las codornices necesarias. De tiro, insistiremos. Serán las protagonistas de nuestra receta. Lo primero, hay que despojarlas de todo lo innecesario, así que las desplumarán, las limpiarán y las vaciarán. De ahí, a maquillaje: pongan en el interior de cada ave una loncha de tocino y salpimiéntenlas. Ya están listas; pero como no vamos a hacer una receta X tendremos que vestirlas, y lo haremos con el vestido más antiguo del mundo: las envolveremos en otras tantas hojas de parra.

Así las cosas, las meteremos en el horno, que ya tendremos caliente, y las haremos seis minutos, pasados los cuales las retiraremos y las dejaremos esperar en su camerino, al calor. El guión exige que ahora desglasen la bandeja de horno con un poco de brandy, o de armañac; que añadan un poco de caldo de carne y que hagan cocer todo ello hasta que la salsa tome la consistencia deseada. Con esa salsa serviremos nuestras codornices, a las que, ahora sí, quitaremos lo superfluo –o sea, las hojas de parra y el tocino, que ya han cumplido su misión– y daremos un golpe de salamandra o gratinador.

Faltan, claro, los actores llamados secundarios o de reparto: la guarnición. Ahí ya entra el gusto de cada director y el presupuesto de cada productor; pero una magnífica idea son unas migas, con ajo –poco– y tocino, todo en daditos lo más minúsculos que puedan lograr, doraditas en la sartén y aligeradas con unas cuantas uvas dulces, peladas, despepitadas –se nos está poniendo esto de lo más X, pese a nuestra buena intención inicial– y troceadas.

En cuanto a la réplica líquida... yo optaría por uno de esos chardonnays con madera y unos añitos, a poder ser de la ilustrísima familia de los Montrachet de la Borgoña, servido fresco, que no frío. Si no, un tinto más ligero que con cuerpo. La película –perdón: la receta– podría optar a un Goya, o al Oscar para lengua no inglesa.
 
Esta es una excelente forma de mezclar gastronomía y cine, y no la ingesta durante la proyección de esa bazofia conocida como pop-corn o palomitas de maíz, cuyo persistente –y, para mí, repugnante– olor es sin duda uno de los motivos de que cada vez vaya menos gente a las salas de cine. No importa: el año que viene, tendremos Cinegourland 2, con dirección de Pepe Barrena, buenas películas... y buenos festines.
 
 
© EFE
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