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Amando de Miguel

Por qué medra la izquierda en España

En todos los casos en que asciende un Gobierno de derechas hasta ahora ha solido respetar las “conquistas” de la izquierda.

Señala irónico el genio de Nicolás Gómez Dávila: "Todo el mundo hoy es de izquierda. ¡Qué alivio!". Tal desahogo se escribía en el margen de algún libro hace más de medio siglo. Desde entonces seguimos prosperando conforme la sociedad humana acepta, cada vez más, formas sutiles de degradación. Por eso, sigue el pensado colombiano, "para escandalizar al izquierdista basta decir la verdad". En ello estamos.

Reconozcamos un hecho basal. La España política es mayoritariamente de izquierdas y no solo como resultado de las elecciones. La cuestión es de mentalidad, de valores, de conveniencia. La prueba es que, en todos los casos en que asciende un Gobierno de derechas hasta ahora ha solido respetar las "conquistas" de la izquierda. Por esa razón las derechas se consideran a sí mismas como liberales o de centro. Una de esas ideas de la siniestra, muy llamativa, consiste en que la forma más aceptable de libertad es lo que podríamos llamar el derecho a la promiscuidad sexual. Solo se excluye paladinamente algunos supuestos que se consideran tabúes, como el incesto o el bestialismo. Aunque todo se andará.

Se podría pensar que la izquierda propiamente dicha (la socialista) es solo una pequeña fracción del electorado. La verdad es que, precisamente por eso, no hay forma de que el partido con más votos, el socialista, logre constituir un Gobierno estable. Aun así, la turbamulta de partidos otrora comunistas, más los separatistas y nacionalistas varios, todos ellos se sienten más complacidos con un Gobierno sedicentemente socialista. Es más, esa es la opción que favorecen ciertos grupos de presión, como los sindicatos, las patronales, las feministas, los ecologistas, los homosexuales (o como se llamen), etc. Es decir, el conglomerado resultante equivale a la gran mayoría social, y ahí no caben elecciones.

Lo curioso es que da un poco de vergüenza decir que hay grupos de presión. Por eso se utilizan eufemismos como sociedad civil, agentes sociales, oenegés, colectivos, sectores, observatorios y organizaciones de la más variada condición. Ya se sabe, donde no se acometen verdaderas reformas, se acude a la "reforma léxica". Pero no nos dejemos engañar por la variopinta nomenclatura. Puestos a calificar nuestra peculiar democracia, podríamos decir que se trata de un régimen de grupos de presión.

Con un Gobierno de izquierdas (aunque sea "en funciones" duraderas) la mayor parte de los españoles se sienten aliviados al respirar un ambiente de igualdad. El cual se traduce en el sentimiento de que cualquier mediocre, si se lo propone, puede llegar a disfrutar de coche oficial. Es la forma más decente de aceptar un valor dominante en la España de hoy. A saber, el ideal de llegar a prosperar trabajando lo menos posible. Ahí está la lotería y toda clase de juegos y apuestas, los "pelotazos" en los negocios, la corrupción a través de las generosas contratas públicas o la bicoca de las subvenciones a los múltiples "chiringuitos" de los grupos de presión. Se trata de una donosa interpretación del principio o ideal de la igualdad. Pero es lo que hay.

Que conste que todavía tenemos una forma más taimada de corrupción, a la cual no cabe oponer resistencia, tal es la fuerza con que se presenta. Consiste en aceptar el principio de la constante ampliación en el número de los cargos públicos, sean ministros, secretarios de Estado, asesores, consejeros, concejales y todo tipo de directores, presidentes, edecanes, jefes y jefecillos de todos los pelajes. En todos los niveles administrativos la izquierda siempre da ejemplo de su profundo amor por la provisión de nuevos cargos. El ideal es ahora el "jefe de gabinete". Suele ser un premio al periodista servil o servicial, o también la coronación del que empezó en las juventudes del partido o del sindicato y fue ascendiendo sin ninguna calificación profesional como comparsa de las "movilizaciones". Siempre se podrá rellenar el currículum para la prensa y las redes con la alusión de que el fulano o fulana ha realizado un curso o un máster sobre psicología profunda o sobre el desarrollo sostenible o el cambio climático. En definitiva, lo privativo de la izquierda es pegarse al poder como sea.

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