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Carmelo Jordá

Aprende a hablar ya, chiqui

La señora Montero está ahí precisamente por su absoluta incapacidad para comunicar algo con un mínimo de coherencia.

La señora Montero está ahí precisamente por su absoluta incapacidad para comunicar algo con un mínimo de coherencia.
La ministra de Hacienda y portavoz del Gobierno, María Jesús Montero, durante la rueda de prensa posterior al Consejo de ministros, este martes en Moncloa. | EFE

Desde Maratón a Guadalcanal, pasando por los Campos Catalaúnicos, Poitiers, Rocroi, Trafalgar, Waterloo o Stalingrado, se recuerdan muy pocas batallas tan cruentas como la que la ministra portavoz del Gobierno, María Jesús Montero, mantiene con la lengua española en su forma oral. 

Y no, no se trata de que me moleste el fuerte acento andaluz que luce la ministra: andaluces ha habido a millones, y no pocos en la política e incluso en el PSOE, que tenían un acento no menos fuerte y no menos andaluz que el de Montero y además hablaban un español preciso y hasta brillante. No digamos ya si en lugar de pensar en políticos pensamos en escritores o poetas: ahí están Antonio Machado, Lorca o Juan Ramón Jiménez, por poner sólo tres que hicieron del español una obra de orfebrería. Del español, por cierto, no de esa cosa en la que escriben sus letras los cazurros del Califato ¾ que el otro día citaba una ignorante podemita en el Congreso, que si les viesen sus mayores yo creo que los corrían a gorrazos.

Así que el problema no es el acento ni que le tengamos manía ninguna a Andalucía, españolísima región y sin duda entre las más bellas ya no de España sino de Europa; el problema es que la ministra es incapaz de las construcciones más básicas del idioma: sujeto, verbo y predicado nunca siguen ese orden ni cualquier otro, jamás concuerdan y, por supuesto, son incapaces de expresar una idea completa.

No tengo claro –discernirlo sería materia de estudio apasionante para un grupo multidisciplinar de científicos– si la obtusa complejidad del discurso de María Jesús Montero responde a un pensamiento igual de enmarañado, si es el resultado de un esfuerzo tan sobrehumano como fracasado por ocultar evidentes carencias o si, en un rasgo inaudito de genialidad, la ministra sería capaz de hablar como un ser humano hispano normal pero no le da la gana porque así despista a los periodistas. Sí les adelanto que esta última explicación me parece la menos plausible, pero vayan ustedes a saber, sorpresas más grandes nos hemos llevado, si bien es cierto que pocas.

Lo que sí está claro es que la señora Montero está ahí precisamente por su absoluta incapacidad para comunicar algo con un mínimo de coherencia: es una decisión política más del presidente y su asesor áulico que el nexo oficial entre el Gobierno y la opinión pública sea una persona que comete faltas de ortografía al hablar y que, por supuesto, es incapaz de explicar las cuestiones más básicas.

Y me parece un abuso e incluso un insulto, no a los periodistas, que al final y si nos pilla el día de buenas nos descojonamos de María Jesús Montero y de su pico de oro… del que cagó el moro. No, el problema no somos los periodistas, que, como profesionales, mal que bien podemos ir sorteando los barrancos y las montañas idiomáticas que nos arroja con desparpajo la ministra. El problema son los españoles que tienen que dedicar un esfuerzo impropio a intentar entender lo que les dice su Gobierno, amén de sufrir martes tras martes al ver a toda una ministra portavoz y de Hacienda patear sin piedad la lengua de Cervantes, que es también la nuestra pero al parecer no la suya. 

Aprende a hablar de una puñetera vez, chiqui, que te pagamos para eso y no para que nos avergüences.

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