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Cristina Losada

El cambio de ciclo y el horóscopo

En el escenario nacional, la batalla siempre es mucho más dura, más cruenta y más impredecible.

En el escenario nacional, la batalla siempre es mucho más dura, más cruenta y más impredecible.
Alberto Núñez Feijóo con su mujer, Eva Cárdenas, durante el concierto de Luz Casal y la Real Filharmonía de Galicia en el Teatro Real de Madrid. | Europa Press - José Ruiz

Por empezar por abajo, que es perspectiva menos usual, fue uno de los acontecimientos de la noche ver cómo entraban en materia las dos más perjudicadas en las elecciones andaluzas. Fueron, oh casualidad, las que llevaban el nombre de la región en la papeleta, y se ve que ponerlo no les dio buena suerte. Pero Teresa Rodríguez, de adelante con el andalucismo de izquierdas, e Inma Nieto, de Andalucía con preposiciones, encontraron un buen culpable, que es el imposible de probar, en la desmovilización presunta o supuesta. Los desmovilizados, categoría próxima al traidor, fueron el ejército fantasma que esos dos grupos –ya grupúsculos – sacaron de las sombras para explicar un fiasco que, pese a los avisos, no habían visto venir. Recurrió a la figura del desertor como justificante también el candidato socialista, que algo había entrevisto, aunque no tan demoledor. Pero fue Rodríguez quien, en la derrota, tuvo la idea de atribuirse una victoria y dijo satisfecha que había conseguido parar a Vox.

No es mal pie para continuar, porque uno de los asuntos importantes de estas elecciones es que todos los partidos de izquierdas centraron la campaña en Vox a fin de movilizar a su electorado y ahora hay que valorar el resultado de la maniobra. El resultado es que, según ellos mismos, no lograron mover a nadie. Tomándolos al pie de la letra, podemos concluir que el miedo a Vox, el todos contra Vox y lo de cerrar la puerta Vox han sido un factor de desmovilización del electorado de izquierdas, contra lo que creía a pies juntillas la propia izquierda. Parece que no fue muy inteligente la maniobra, y aun así –o por eso– es altamente probable que la repitan.

En contraste, Moreno Bonilla no se centró en Vox ni poco ni mucho. Como si diera por perdidos a los votantes más entusiastas del partido de Abascal y Olona, no trató de ganárselos. No jugó en el terreno de su competidor por la derecha, sino en el suyo propio. Lo que de entrada parecía una opción arriesgada fue una opción ganadora. Pero no se limitó a Moreno a no dar esa batalla. Tampoco confrontó demasiado con los socialistas. Y le fue de maravilla.

Todo esto suena, de pronto, a esa máxima de Sun Tzu que dice que el arte supremo de la guerra es someter al enemigo sin luchar. A un partido como el PP, y más al PP de Feijóo, le encantaría que a partir de ahora todo rodara como en Andalucía. Que todo fuera ganar sin adentrarse en la espesura de las batallas culturales y en peleas a cara de perro. Que las victorias cayeran como fruta madura por el trabajo en el campo abierto de la economía, la gestión, la eficacia y la seriedad. Que bastara ofrecer el menú frío de la tecnocracia con una pizca de condimento político.

Las condiciones objetivas, que dicen los marxistas, favorecen esa tendencia del PP, porque los problemas económicos han vuelto a primer plano. Pero en el escenario nacional, la batalla siempre es mucho más dura, más cruenta y más impredecible. Se puede creer, sí, en el cambio de ciclo como se cree en un talismán y esperar que los deseos se cumplan porque toca que así sea. Ahora bien, mientras no se materialice, el famoso cambio de ciclo es como la predicción del horóscopo.

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