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Cristina Losada

El día del pacifismo separatista

Lo que más quieren, más aún que la independencia, es no pagar los platos rotos.

Lo que más quieren, más aún que la independencia, es no pagar los platos rotos.
LD

He leído que esta tarde, cuando aún esté escribiendo estas líneas, las organizaciones separatistas catalanas van a destrozar de nuevo unos cuantos coches de la Guardia Civil. Lo harán simbólicamente, como todo. Lo harán para celebrar, ¡celebrar!, que hace un año cercaron a una comitiva judicial y trataron de amedrentar a sus componentes. Lo harán en compañía del presidente de la Generalitat y el presidente del Parlamento autonómico, encantados de sumarse a la pacífica celebración de la violencia. Y lo harán bajo el lema Estuvimos y volveríamos a estar, que lleva un bonito condicional que muestra, de paso, dónde no están. Por ejemplo, no están asediando la cárcel de Lledoners (Barcelona), donde residen ahora mismo los promotores de los infames sucesos del 20 de septiembre de 2017, señores Sànchez y Cuixart.

Anoche vi en la nueva RTVE a un miembro de la ANC, entidad que convocó a la gente al asedio del 20-S, hablando de aquel día. Todo había sido, dijo Adrià Alsina sin mover una ceja, una provocación del Estado. El Estado envió a la Guardia Civil a la Consejería de Economía de la Generalitat con un artero plan para provocar a los mansos y sosegados independentistas. La Guardia Civil dejó adrede los coches abiertos y con armas dentro para que la provocación condujera a sabe Dios qué violencias inenarrables. Aun así, como los separatistas son tan buena gente, mantuvieron en todo momento un pasillo abierto para que la comitiva judicial pudiera salir con toda tranquilidad del edificio. Si no salieron, dijo, fue porque no quisieron. Claro, claro: al mediodía es de noche. Lo que no quisieron ni la letrada del juzgado ni los agentes que la acompañaban, lógicamente, fue tener que hacer frente, con consecuencias probablemente desastrosas, a un intento de linchamiento por parte de una multitud enfervorizada y fanatizada de unas sesenta mil personas que se entretenía destrozando los coches en los que habían llegado.

El larguirucho portavoz dijo también –no es cita literal, estoy mejorando sus palabras– que en cualquier otro país esa situación hubiera desencadenado enfrentamientos, pero que, en cambio, en Cataluña todo transcurrió de manera tan pacífica que la gente, al final, se fue a casa. A casa. ¡Es el ADN! Son los genes superiores. Después de sitiar durante cerca de diecinueve horas a un Grupo de Policía Judicial de la Guardia Civil; después de impedir que los agentes introdujeran a los detenidos que debían estar presentes en el registro; después de lanzar un sinfín de objetos contra los guardias; después de rodear y destrozar sus vehículos; y después de calentarse con las arengas y los "No pasarán" de Sànchez y Cuixart subidos a los coches vandalizados, sólo los independentistas catalanes demuestran su innato pacifismo volviendo ordenadamente a casa para ver si salen en las imágenes que está dando de su gran asedio pacífico la TV3 entre elogios de los tertulianos a su civismo.

Estos independentistas catalanes están tan creídos de su superioridad moral respecto de los demás mortales y, en concreto, de su genético e incomparable pacifismo, que si un día, que esperemos no llegue, destrozaran las casas de sus vecinos españolistas lo harían con una sonrisa y en plan de fiesta. Lo harían, claro está, pacíficamente. Igual que destruyeron pacíficamente los coches de la Guardia Civil. Porque todo lo hacen sin romper un plato. Es decir, meten el plato entre trapos estrellados para aplastarlo sin que se oiga ni un chasquido. Aunque se oiga. Lo que cuenta es el talante con el que rompen, se trate de coches o del orden constitucional, las leyes, los derechos y la libertad. Es el talante pacífico y democrático con el que rompen un país. Y eso es también lo que cuentan.

Todo eso que cuentan, todo ese autobombo con su extraordinario y genético pacifismo, se suele pensar que tiene por objeto ganar la batalla del relato: aparecer como buenos buenísimos frente al malvado Estado representado por las porras de los guardias golpeando a inocentes ancianos que sólo querían dar su opinión. Y no voy a decir que no pretendan eso con sus cuentos y sus estrategias. Pero pretenden otra cosa que les importa mucho: no pagar por nada. Sus mentiras sobre el carácter de sus abusos, atropellos, intimidaciones y acosos son la preparación de la salida de emergencia. Como los procesados, sus héroes, cuando cantaban ante los jueces que no, que nada de lo que habían hecho iba en serio. Lo que más quieren, más aún que la independencia, es no pagar los platos rotos. De ahí que las dos grandes gestas históricas que celebra el nacionalismo catalán, a las que ahora añadirá la del otoño de 2017, sean derrotas.

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