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EDITORIAL

¿De quién depende Dolores Delgado?

Delgado cerrará su tiempo como una fiscal general abominable; la única duda es si acabará sentada en el banquillo de los acusados.

A nadie podía caberle duda alguna de para qué nombraba Pedro Sánchez a Dolores Delgado, uno de los ministros más desprestigiados del Gobierno por aquel entonces, como fiscal general del Estado. Si para un puesto en el que debería exigirse una neutralidad exquisita se elige a una persona de un sectarismo probado, vinculada con alguna de las redes delincuenciales más repugnantes del mundo policial y de la propia Justicia, a la que todo el mundo ha visto celebrar y jalear la comisión de gravísimos delitos, es porque se anda buscando un perro de presa capaz de hacer lo que sea.

Y sí, Dolores Delgado está siendo ese perro de presa; pero además lo está siendo más allá de lo que podían esperar los más pesimistas: desde el primer minuto, está demostrando que su servilismo al Gobierno está por encima de cualquier otra consideración e incluso por encima de cualquier voluntad de disimular, de cualquier mínimo decoro.

Es este un rasgo bastante común en el entorno gubernamental. Quizá se deba a que, en su voluntad de mantenerse para siempre en el poder, creen que sus desmanes nunca les pasarán factura, quizá porque desprecian las instituciones y la democracia o quizá por una combinación de ambos factores, pero nunca había habido un Gobierno tan descaradamente liberticida y con tal falta de pudor democrático.

Un comportamiento que ya es lamentable en cualquier ámbito pero que aún lo es mucho más, y también más peligroso, en el de la Justicia. Por eso Dolores Delgado no sólo pasará a la historia como el peor fiscal general del Estado en lo que va de democracia, sino que está provocando la rebelión casi diaria de sus subordinados y causando un daño difícilmente reparable a una institución que es central en el Estado de Derecho.

Delgado cerrará su tiempo como una fiscal general abominable; la única duda que queda es si su comportamiento, cada día más cercano a la prevaricación, la llevará o no a tener que comparecer ante un tribunal no como fiscal sino como acusada.

En cualquier caso, las responsabilidades políticas de su actuación están ahí, pero conviene no olvidar que no todas son suyas: buena parte son de quien la nombró no mucho después de aquél célebre y ominoso: "¿De quién depende la Fiscalía? Pues eso".

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