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EDITORIAL

Los golpistas, a por el Rey

La crisis que padece España como nación y como Estado de derecho, al tiempo que se agrava, adquiere rasgos cada vez más esperpénticos y surrealistas.

La crisis que padece España como nación y como Estado de Derecho, al tiempo que se agrava, adquiere rasgos cada vez más esperpénticos y surrealistas: si el martes el espectáculo lo daba un Pedro Sánchez que, sin vergüenza, pedía "lealtad constitucional" al tiempo que reivindicaba un estatuto de autonomía clamorosamente ilegal como el que tuvo que enmendar el Tribunal Constitucional en 2010, este miércoles han sido los tres presidentes de la Generalidad de Cataluña que han liderado el inconcluso golpe de Estado separatista los que han tenido la ocurrencia, todavía más abracadabrante, de dirigirse al Rey, símbolo de unidad y permanencia de la Nación, para exigirle que "reflexione", "rectifique" y "pida perdón" por el magnífico discurso que pronunciara dos días después de que los golpistas consumaran su segunda consulta secesionista, el pasado 1 de octubre.

Resulta surrealista que un golpista ya condenado –aunque muy livianamente– como Artur Mas, un golpista cobardemente prófugo como Carles Puigdemont y otro que tiene como único objetivo seguir adelante con el golpe como el racista Quim Torra pidan a Felipe VI que "reflexione" y le reprochen su "falta de neutralidad" entre quienes se saltan la ley y quienes no.

Los infames golpistas se permiten hacer estos indecentes y desvergonzados requerimientos después de que la indolente y pusilánime clase política supuestamente constitucionalista protagonizara un espectáculo todavía más esperpéntico y lamentable con la aplicación del artículo 155 de la Constitución, no para evitar que los golpistas consumaran su plan, sino para convocar elecciones en Cataluña cuanto antes. Semejante disparate ha permitido que la Cataluña nacionalista siga disfrutando de una ominosa independencia de facto y que en el Principado la Administración autonómica siga siendo utilizada como medio para atentar contra los intereses de España.

Es lógico que lo golpistas estén furiosos con el Rey, porque aquel discurso en defensa de la legalidad constitucional y de la unidad de España contrastaba con el mucho menos grave diagnóstico de la situación de una clase política que, aun después del 1-O, seguía tan renuente a combatir a los golpistas como presta a apaciguarlos con concesiones que incluían un nuevo pacto fiscal o incluso una reforma constitucional. Aquel discurso del Rey conectó además con una mayoría de españoles, más silenciada que silenciosa, que, consciente de la dramática situación que vivía la Nación, no podía hacer otra cosa que manifestarse en la calle o colocar banderas nacionales en los balcones.

Ese discurso real fue decisivo para que el Gobierno por fin se atreviera a intervenir la Generalidad y la Fiscalía diera el paso de imputar a los cabecillas del golpe por los mismos delitos por los que ya estaban acusados subordinados suyos como el mayor de los Mozos de Escuadra y los presidentes de la ANC y Òmnium Cultural.

Lamentablemente, pronto la clase política volvería a las andadas fingiendo que unas nuevas elecciones autonómicas restablecerían el orden constitucional en Cataluña. Ahora no hay más que ver cómo el Gobierno de Sánchez hace ofertas de diálogo tan nauseabundas como la que hiciera Rajoy a Artur Mas a través de Sánchez Camacho y a Puigdemont (y Junqueras) a través de Soraya Sáenz de Santamaría para darse cuenta de que no por surrealista deja de tener cierta lógica que los golpistas pongan en la diana al monarca.

Confiemos, sin embargo, en que Don Felipe no abandone a los catalanes que son y quieren seguir siendo españoles. Confiemos en que los visite con más frecuencia y les siga dando aliento. Confiemos en que siga ejerciendo su auctoritas y desplegando liderazgo en defensa de España, y en que cumpla con toda la firmeza necesaria su papel de moderación y arbitraje en defensa de la legalidad democrática y constitucional, que no reconoce otro sujeto de soberanía que el pueblo español.

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