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EDITORIAL

Partidos nada ejemplares

El dedazo –sea el de Rajoy o el de Pedro Sánchez– no es una costumbre que la sociedad actual admita, y tiene razón en no hacerlo.

A sólo tres meses de las elecciones autonómicas más relevantes de las últimas décadas, en la comunidad autónoma más importante y simbólica de España, Madrid, sólo UPyD tiene candidato para presidir la Administración responsable de cuestiones tan importantes como la sanidad o la educación de los madrileños.

Las razones son variadas: de la parálisis en el dedo de Rajoy a la espectacular defenestración de Tomás Gómez como líder de los socialistas madrileños o la no menos aparatosa salida de Tania Sánchez de IU, después eso sí de volar desde dentro la coalición comunista. Incluso partiendo desde puntos de salida tan diferentes, el punto de llegada es el mismo: los partidos políticos, y esto por desgracia vale tanto para los tradicionales como para muchos de los nuevos –sin candidatos están todavía también Ciudadanos o Vox, y de Podemos ni siquiera sabemos si va a ser Podemos, Ganemos o Defraudemos–, en lugar de facilitar la participación de los ciudadanos en la vida política la dificultan.

La democracia va mucho más allá de la acción, por otra parte esencial, de emitir el voto; la democracia pasa también por escrutar a los candidatos, someterlos al juicio del público, conocerlos mucho más de lo que dos meses de campaña permiten, evaluar sus propuestas y sus programas... Y, por supuesto, una democracia que merezca tal nombre debe permitir a los ciudadanos no sólo votar el día de las elecciones, sino participar de la elección de los candidatos y decidir, por tanto, qué orientación y que prioridades van a defender los partidos en sus programas electorales.

En este sentido, a estas alturas del s. XXI no es razonable ni, por supuesto, democrático que la elección de todos los candidatos de un partido dependa del capricho de su máximo líder: el dedazo –sea el de Rajoy o el de Pedro Sánchez– no es una costumbre que la sociedad actual admita, y tiene razón en no hacerlo.

Por otro lado, estas elecciones nos están enseñando que tampoco la celebración de primarias es una garantía suficiente: si el partido no tiene verdadera voluntad de convertirse en una herramienta democrática, el resultado final puede ser el que ha tenido el PSM, después de mucho presumir de sus procesos democráticos las votaciones no llegan a celebrarse porque el control del aparato es tan férreo que no hay oportunidad alguna desde fuera de la cúpula.

O puede ocurrir también que los líderes que salen de esos ejercicios de democracia se comporten después de una forma completamente antidemocrática: ahí están los casos de Pedro Sánchez y Tania Sánchez, que ha pretendido usar la legitimación de las urnas internas para algo muy diferente de lo que se le había encomendado.

Tampoco vale la vía asamblearia, presuntamente democrática pero que en realidad es una herramienta más –y muy eficaz, por cierto– para el control absoluto desde la cúpula, como bien saben Pablo Iglesias y los que junto a él manejan Podemos con mano de hierro.

La democracia española tiene muchos problemas, sin duda, pero uno de los mayores es que aquellos que deberían cuidarla y hacerla florecer… demuestran cada día con sus actos que no creen en ella. Y si no es para canalizar la participación democrática, que se supone es su función esencial, ¿para qué sirven?

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