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EDITORIAL

Un Gobierno para no gobernar

Se trata de un Ejecutivo muy efectista, sin capacidad de gobernar y que supone más el inicio de una larguísima campaña electoral que de un periodo de Gobierno.

Es innegable que Pedro Sánchez ha tenido que recabar el apoyo de los marxistas-leninistas de Podemos, de los proetarras de Bildu y de los separatistas de todo pelaje y condición para poder desbancar a Rajoy, irresponsablemente reacio tanto a dimitir como a convocar elecciones anticipadas. Y era de temer que el nuevo Gobierno socialista fuese un claro reflejo de la variopinta y radical composición de fuerzas que lo ha alumbrado.

Una cosa no implica necesariamente la otra por dos razones; primero, porque es mucho más fácil aunar voluntades para sacar a alguien del Gobierno que para gobernar; y, en segundo lugar, porque Pedro Sánchez no parece dispuesto a que el PSOE compita en radicalismo revolucionario y en entreguismo al secesionismo vasco y catalán con una formación como Podemos en lo mucho o poco que quede de legislatura. Más bien, se diría que estamos ante un PSOE dispuesto a competir en algunos aspectos con Ciudadanos y a dar golpes de efecto electoralistas aun a riesgo de acortar, por falta de apoyos, la legislatura.

Obviamente, habrá que esperar un tiempo para poder hacer un juicio más definitivo, pero parece, tanto por el sello socialdemócrata de los Presupuestos Generales del Estado, que, aunque presentados por el PP, el presidente socialista ha decidido hacer suyos, como por el perfil moderado de la mayor parte de los nuevos ministros, que se trata de un Gobierno de centro-izquierda bastante homogéneo y, en el fondo, equiparable a lo que ha sido el Gobierno del irreconocible PP de Rajoy o incluso lo que podría ser un Gobierno de Ciudadanos. Tal es el perfil de ministros como Josep Borrell, Fernando Grande Marlaska, Nadia Calviño e incluso del astronauta Pedro Duque, al frente respectivamente de Asuntos Exteriores, Interior, Economía y Ciencias y Tecnología. Y también es el caso de la ministra de Defensa, Margarita Robles, y del ministro de Agricultura, Luis Planas.

Es cierto también que, por el contrario, los casos de las ministras de Hacienda, Justicia y Administraciones Públicas resultan más preocupantes. Así, la voracidad fiscal de María Jesús Montero podría incluso superar, desgraciadamente, a la de su antecesor en el cargo, Cristóbal Montoro. En cuanto a Meritxell Batet, se trata de una nacionalista del PSC que bien podría reiniciar una nauseabunda política de acercamiento a los golpistas catalanes como la que emprendió Soraya Sáenz de Santamaría con su operación Diálogo. Especialmente alarmante es el nombramiento de Dolores Delgado en Justicia, amiga íntima del juez inhabilitado Baltasar Garzón que estuvo en la célebre y siniestra cacería con el entonces ministro Bermejo. Es difícil encontrar un perfil más inquietante para una cartera tan sensible.

El tiempo lo habrá de confirmar, pero en principio lo que se vislumbra es un Gobierno socialdemócrata no rendido, de momento, pero sí irresponsablemente condescendiente con el nacionalismo, como el que, mucho más desgraciadamente, hemos tenido bajo la siglas del desnortado PP de Rajoy; un PP que hace tiempo que dejó de ser referente para una derecha liberal que continúa huérfana.

Conviene recordar que el PSOE sólo tiene 84 diputados, y habrá que ver cómo digieren sus socios en la moción de censura el nombramiento de ministros como Borrell, Marlaska o Calviño, que defienden planteamientos mucho más cercanos a Ciudadanos y al PP que a la extrema izquierda. Todo indica que Sánchez está pensando ya en las próximas elecciones y que intenta contrarrestar el auge de Ciudadanos en las encuestas. El suyo es un Ejecutivo, en definitiva, muy efectista, sin capacidad de gobernar y que supone más el inicio de una larguísima campaña electoral que de un periodo de Gobierno.

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