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Eduardo Goligorsky

Patriotas unidos contra la invasión

El pacto debe concertarse entre todas las corrientes de patriotas cívicos y jamás con los invasores republikanos y sus tontos útiles que ponen en peligro la integridad de España.

El pacto debe concertarse entre todas las corrientes de patriotas cívicos y jamás con los invasores republikanos y sus tontos útiles que ponen en peligro la integridad de España.
La gran bandera de España desplegada en la madrileña Plaza de Colón | David Alonso Rincón

En el pórtico de mi libro Por amor a Cataluña (Flor del viento, 2003) reproduzco la famosa sentencia de James Boswell extraída de The Life of Samuel Johnson:"El patriotismo es el último refugio del bribón". Un aforismo que me entusiasmó hasta el extremo de que lo repetí en muchos de mis escritos. Pero ahora, cuando la escoria política tergiversa sin pudor el significado de las palabras y los pensamientos más nobles –como exilio, aplicado a los delincuentes prófugos–, es indispensable hacer una aclaración: la frase no encierra una descalificación del patriotismo, como se malinterpreta a menudo, sino de los bribones que se amparan en este para perpetrar sus fechorías. Si Boswell hubiera escrito su libro hoy y no en el siglo XVIII, probablemente habría empleado la palabra nacionalismo en lugar de patriotismo para evitar equívocos. El nacionalismo es el hogar hecho a medida para los bribones.

El patriotismo es otra cosa. Fui testigo en mi infancia, a través de la prensa escrita, la radio y los noticieros cinematográficos, de lo que significó la resistencia aliada a la invasión nazifascista del continente europeo y a la japonesa del continente asiático. Aprendí entonces lo que es el patriotismo auténtico –no el de los bribones simuladores– que garantizó la supervivencia –a veces imperfecta– de la democracia y los derechos humanos en todos los países civilizados que quedaron fuera de la órbita comunista. Y aprendí asimismo a emocionarme con las banderas y los himnos que servían de marco a esepatriotismo heroico.

Escribas de la progresía

Lo que me mueve a abordar este tema es la estulticia con que algunos escribas de la progresía han reaccionado contra el proyecto de patriotismo cívico que la plataforma España Ciudadana presentó en un acto público, con Albert Rivera como orador de fondo. El diario El País repescó en su editorial "No es la bandera" (22/5) el estigma del "nacionalismo español" con el que sazonan sus falacias los supremacistas de toda laya, catalanes y vascos y los que vayan apareciendo, que no faltarán. Si hasta los asturianos reivindican su identidad lingüística.

El editorialista ponía el acento en los símbolos y la música, que hoy adornan todas las concentraciones humanas que se niegan a naufragar en la solemnidad y el aburrimiento, y omite la magnitud del compromiso que esta plataforma ha adquirido con la libertad, la igualdad y la solidaridad de todos los ciudadanos que habitan en el territorio del Reino de España.

En circunstancias normales, podría haber revestido interés la opinión de cada observador sobre los aspectos formales del encuentro. Pero no vivimos en circunstancias normales sino de ruptura fóbica, y el editorialista se complace en acumular patrañas sobre "los guiños sentimentales al nacionalismo, en este caso al nacionalismo español", afirmando torticeramente que "los responsables de Ciudadanos parecen pensar que cuando viene de ellos se pueden permitir cualquier licencia, por populista o facilona que parezca", y que "Ciudadanos ha querido aprovechar esa marca [la bandera española] y hacerla suya como combustible electoralista que rasca en las emociones más elementales para sumar contra el otro". Manuel Vicent remata la difamación atribuyendo a Albert Rivera un "españolismo testicular" ("Puro flato", El País, 27/5). Una retórica denigrante que lleva agua al molino de los invasores republikanos, contra los que se levanta esta plataforma donde Ciudadanos confluye con las agrupaciones de quienes no vacilan en definirse, racionalmente, como patriotas cívicos.

Frente de resistencia

Ya he denunciado que no estamos solamente ante un acto de subversión o un golpe de Estado como los muchos que jalonan la historia de España, sino ante un fenómeno estrambótico: un conglomerado de ciudadanos que han gozado desde la cuna de todos los privilegios inherentes a la nacionalidad española han renegado de esta para adoptar la de una repúblika inexistente, y han invadido y okupado, hasta donde la desidia de las autoridades constitucionales se lo ha permitido, las cuatro provincias catalanas comprendidas dentro del Reino de España.

La plataforma España Ciudadana, la Sociedad Civil Catalana y el partido más votado en Cataluña, Ciudadanos, están llamados a formar, junto con otras asociaciones y partidos, el frente de resistencia a esta invasión. Los patriotas contra los bribones. Nada que ver con el nacionalismo español que manosean el editorialista de El País, Manuel Vicent y los predicadores de la cruzada republikana.

La columna vertebral del nacionalismo español fue, como la de todos los nacionalismos, el sentimiento de superioridad sobre las poblaciones circundantes y de confrontación con ellas. Con los gabachos, por ejemplo. Tiempo pasado, que caducó con la entrada de España en la Unión Europea. Hoy, Manuel Valls, un ciudadano nacido en Cataluña que, no obstante ese origen extranjero, desempeñó un papel brillante en la política francesa, puede competir, con buenas perspectivas de éxito, por la Alcaldía de Barcelona. Así es Europa. Opina el catedrático Francesc Granell ("Endogamia contra universalidad", LV, 5/5):

Para Barcelona sería mejor aprovechar la experiencia de gobierno de quien ha estado al frente del Ejecutivo francés y al frente de una alcaldía que soportar las veleidades rufianescas de algunos políticos que no pueden mostrar ninguna experiencia previa al frente de una administración pública.

Cantar verdades

Comparemos este porrazo a los prejuicios nacionalistas –españoles y catalanes– con lo que ocurre en la acera de enfrente, donde una coalición obscena de anarquistas, trotskistas, supremacistas xenófobos y trepadores desahuciados ha sellado un pacto contranatura para levantar una frontera entre Cataluña, convertida en su coto privado, y el resto del Reino de España, pariendo una repúblika que descansa sobre la falsificación premeditada de la Historia.

Pone los pelos de punta leer en el indispensable Con permiso de Kafka, de Jordi Canal (Península, 2018), la labor ímproba que desplegaron los expertos sectarios del régimen supremacista para hilvanar, con mitos y tradiciones adulteradas, un simulacro de historia que ha servido para adoctrinar a las masas desde el parvulario en adelante.

Está comprobado que ese adoctrinamiento es eficaz. Pero llega un momento en que topa con la realidad y a los ciudadanos preocupados por el destino de su sociedad no les queda más remedio que cantar verdades, como lo hace el catedrático, y expresidente del Cercle d’Economía, Antón Costas, en un memorial de agravios que debería firmar el Sindic de Greuges, si no estuviera compinchado con los autores del descalabro ("El final del consentimiento", LV, 16/5):

Ahora habrá que hablar de todo entre todos: de cómo se organizan los medios de comunicación públicos, del equilibrio entre el catalán y el español en las escuelas, de las subvenciones a organizaciones y asociaciones privadas, de la organización territorial, de la profesionalización de la función pública, de sacar a los partidos de las administraciones, de la ley electoral para hacer que el Parlament refleje mejor el equilibrio de voto entre las grandes urbes y el resto del territorio, de las políticas para afrontar los grandes problemas sociales de la pobreza y la desigualdad, de la formación profesional y de una política económica y de investigación para consolidar la recuperación y el liderazgo industrial.

Es difícil sintetizar con mayor rigor un plan para recuperar la convivencia, sobre todo si se lo contrasta con el refrito identitario que acaban de divulgar las nuevas autoridades del Cercle d’Economía (LV, 29/5), anclado en las competencias "exclusivas catalanas: la lengua, la enseñanza, la cultura" y en otras supercherías nacionalistas.

Sabias palabras

Hablemos, pues, de todo entre todos. Entre todos quienes estamos empeñados en resistir la invasión republikana. Y esto implica la unidad sin tiquismiquis que rozan la frivolidad. Reproduzco un llamamiento a esta unidad formulado, con típica prudencia pero con intención transparente, por un veterano político catalán que también ve llegar, como Antón Costas, el final de la complacencia. Helo aquí:

Es muy curiosa la incapacidad de pactar que tienen las fuerzas con más raíces democráticas en comparación con las que emergen desde el populismo. Los extremos encuentran más facilidades para pactar que las fuerzas del centro político de un país. Los partidos de centro convierten todo lo secundario en principal y, absurdamente, no saben ni quieren superar este obstáculo.(…) Contra el populismo, pacto al servicio del futuro democrático.

Desisto de la tentación de crear suspense omitiendo el nombre de quien escribió estas sabias palabras. Fue Miquel Roca Junyent ("Populismo o pacto", LV, 22/5). El patriotismo cívico puede hablar con entonaciones muy plurales, que la nueva plataforma España Ciudadana debe incorporar. Entiéndase bien: el pacto debe concertarse entre todas las corrientes de patriotas cívicos y jamás con los invasores republikanos y sus tontos útiles que ponen en peligro la integridad de España.

PS: Es una anomalía suicida permitir que participen en las votaciones del Congreso español los diputados de partidos que, violando la Constitución y el Estatut, forman el núcleo duro de una repúblika autoexcluida del reino de España y telegobernada desde Berlín por un prófugo de la Justicia española.

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