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Emilio Campmany

La guerra del agua

A Occidente le conviene arbitrar una solución negociada, pero hasta el momento ha mostrado muy poco interés en encontrarla.

A Occidente le conviene arbitrar una solución negociada, pero hasta el momento ha mostrado muy poco interés en encontrarla.
Pixabay/CC/kloxklox_com

Llevamos muchos años oyendo que la próxima guerra no será por el petróleo, sino por el agua. Y sin embargo sigue pareciéndonos que con el agua nunca llega la sangre al río. Hasta hoy. El Gobierno de Etiopía se propone construir una presa en el Nilo Azul, un ramal del larguísimo río, junto a la frontera con Sudán. La construcción avanza (se ha levantado un 62 por ciento) y todavía no se ha alcanzado un acuerdo que garantice los derechos de los países del Bajo Nilo, Sudán y Egipto. Para éste, la construcción de la Presa del Renacimiento supone una gravísima amenaza a su economía.

Es sabido que, desde la Antigüedad, la agricultura egipcia depende de las crecidas del Nilo. Sus inundaciones han permitido durante milenios cultivar las tierras ribereñas aprovechando el limo que empapa la tierra tras retirarse las aguas. Gran Bretaña ya se dio cuenta de la amenaza que suponía que una gran potencia con capacidad industrial hidráulica controlara el Alto Nilo, porque mediante la construcción de una gran presa se podía privar a la agricultura egipcia de su principal fuente de riqueza. Por eso, entre otras razones, Londres extendió su control colonial hacia el Sur. Luego, en el siglo XX, Naser construyó la enorme presa de Asuán con el objetivo de dominar las crecidas y, según los años, evitar las excesivas inundaciones o compensar las sequías.

Ahora, Etiopía, el único país africano que no fue colonizado, pretende aprovechar la riqueza del Nilo construyendo una presa enorme que beneficiará a su agricultura y proporcionará cerca del cincuenta por ciento de la electricidad que el país consume. Para Egipto, las consecuencias pueden ser terribles. El Cairo teme que, al menos durante los primeros años y hasta que se llene, la nueva presa se mantenga casi completamente cerrada. Ha habido conversaciones, con el fin de negociar cuánta agua se debería dejar pasar para no poner en peligro la agricultura egipcia. El Cairo exige que se libere al menos el 85 por ciento del caudal. Etiopía se niega y las negociaciones se han roto. El Ejército egipcio propone bombardear la presa e impedir que su construcción se concluya. Al presidente egipcio, Abdelfatah al Sisi, no le atrae la idea por las consecuencias que tal acción tendría en sus relaciones con los aliados occidentales, especialmente Estados Unidos. Por otra parte, en Occidente, el proyecto etíope se contempla con simpatía porque serviría para aliviar la pobreza de un país que tiene una población similar a la de Egipto (casi cien millones de habitantes), pero con una renta per cápita de 1.500 dólares, menos de un cuarto de la que disfrutan en el país de las pirámides. Además, Etiopía no tiene salida al mar, con lo que ni siquiera le cabe la posibilidad de construir plantas desalinizadoras, cosa que Egipto sí podría hacer.

Así pues, Al Sisi se debate entre la guerra y permitir que Etiopía se salga con la suya. Considerando que los etíopes son mayoritariamente cristianos, la crisis podría brindar a los fundamentalistas islámicos una nueva oportunidad de hacerse con el poder en la tierra de los faraones. A Occidente le conviene arbitrar una solución negociada, pero hasta el momento ha mostrado muy poco interés en encontrarla, indiferente a la llegada de la era en que finalmente el agua parece ser más valiosa que el petróleo.

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