El de Federico y otros juicios históricos

Los periodistas tenemos cara de espanto por lo poco que queda de la libertad de expresión. "El Tribunal Supremo de los Estados Unidos estableció que, por el mero hecho de querer tener una vida pública, los políticos se exponían sin defensa a la crítica", escribió Fernando Díaz Plaja en Mis pecados capitales. Las cosas son bien distintas por estos andurriales.

 

En nuestro país la información sobre la justicia es cada vez peor, y a esto no es ajeno el interés de los poderosos por que no se sepa lo que pasa.

 

Federico Jiménez Losantos –uno de los tres federicos: los otros son Federico García Lorca y Federico García Izquierdo, poeta de Vistabella, Murcia, mi tierra– nos trae el martirologio de la verdad picoteado por los falsos informadores que sirven a sus amos desde los reductos mediáticos que les financian o regalan. El de informar es hoy el arte de agradar. En internet mienten los que nunca se llevaron bien con la profesionalidad y los que han cultivado una falsa fama de valientes en un oficio en el que se echa de menos a los buenos redactores jefe y en el que cualquier cura rebotado puede escupir sobre el agua bendita. Hasta el más taimado puede lanzar una infamia con total impunidad. Perro come perro porque la profesión se ha llenado de insaciables estómagos agradecidos.

 

Trabajar en el periodismo es más peligroso que subirse al andamio sin arnés. El periodista de verdad siempre molesta o es impertinente, porque busca airear el dato que revela la desvergüenza, el pacto secreto de los que manipulan. Cualquiera que no llame "desaceleración" a la crisis sabe de lo que hablo. En la actualidad, los periodistas o son amigos o están en el punto de mira o están desactivados. El periodista amigo no es un periodista, sino un sirviente.

 

Como decía más arriba, cada vez son menos los periodistas que se ocupan de los asuntos de esta justicia colapsada, obsoleta, necesitada de fondos y reformas. Y es que en las redacciones consideran que los redactores de tribunales son apenas necesarios; sí lo son los corresponsales políticos, es decir, los enviados permanentes a donde se corta el bacalao. En los tribunales sólo se ve al pueblo, ahogado por artículos mareantes del Código, procedimientos interminables y una justicia cara y mala. Entre tanto, los Albertos sobrevuelan en helicóptero un océano de imputaciones, autos y sentencias.

 

En este peligroso maremágnum, ha resultado una gran sorpresa que Álvaro Iglesias, Nanysex, se declarase pederasta, en vez de negarlo todo y proclamarse inocente. Asimismo, se ha postulado para la castración química, que, aunque suene muy fuerte, no es otra cosa que un pastilleo que inhibe el deseo sexual.

 

La castración química sólo ilusiona al ministro Bermejo, de Justicia y Esperanza, que por otra parte ha avisado de que habrá medidas más duras y se agravarán las penas. A Nanysex, presunto violador de bebés que grababa sus abominaciones y las colgaba en la Red, se le piden 39 años de prisión. ¿Qué agravamiento puede procurar el ministro? ¿Que le lea la sentencia un tipo con la voz especialmente grave?

 

Mientras en Madrid se juzga a Nanysex (el padre de una de las criaturas le dio el otro día un puñetazo, aprovechando las malas condiciones de las salas de justicia), en Barcelona comparece ante los tribunales la Reme, a la que la prensa trata por primera vez como presunta asesina en serie. Se le acusa de entrar en casas de ancianitas, golpear con saña a las inquilinas y desplumarlas para jugarse lo robado en el bingo.

 

La Reme, como los asesinos míticos del otro lado del Charco, ha revelado que no era ella la que mataba, sino su alter ego, o doble personalidad, la Mary, una señora con todos los atributos de la Reme pero que no está en ninguna parte. He aquí el fascinante mito de la doble personalidad, en esta España donde tantos ven doble y su justicia autonomizada.

 

Este caso vuelve a poner de manifiesto lo mal preparadas que están las leyes españolas para castigar a los asesinos múltiples. La Reme es presunta culpable de tres asesinatos, de seis intentos de asesinato y de varios robos con violencia. Aunque el ministro Bermejo quisiera aumentar las penas, no podría. Por un solo asesinato ya le caería todo lo que pudiera caerle: veinte años; así que todo lo demás quedaría a beneficio de inventario.

 

Estamos viviendo juicios históricos que ponen el periodismo contra la pared, en esta sociedad con mucho ruido y poca información, y donde la camada negra se desgañita por apagar las voces disidentes y repartirse los despojos.