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CHUECADILLY CIRCUS

Soy un pelele

¿Se imaginan que Almodóvar o Amenábar, nuestros cineastas más célebres, sufrieran un repentino ataque de amnesia? ¿Qué sería de los argumentos de sus próximas películas? ¿Perdería el manchego el mal humor que le caracteriza? ¿Superaría Amenábar su timidez? ¿Seguirían siendo gays o se apuntarían al heterosexismo? En Soy un pelele, el polifacético Hernán Migoya se adentra en éstos y otros asuntos de forma ácida e irreverente. El resultado podría ser mejor, pero no más divertido.

¿Se imaginan que Almodóvar o Amenábar, nuestros cineastas más célebres, sufrieran un repentino ataque de amnesia? ¿Qué sería de los argumentos de sus próximas películas? ¿Perdería el manchego el mal humor que le caracteriza? ¿Superaría Amenábar su timidez? ¿Seguirían siendo gays o se apuntarían al heterosexismo? En Soy un pelele, el polifacético Hernán Migoya se adentra en éstos y otros asuntos de forma ácida e irreverente. El resultado podría ser mejor, pero no más divertido.
Hernán Migoya.
El sábado pasado, el Festival Internacional de Cinema de Catalunya, conocido en sus inicios, hace 41 años, como Festival de Sitges, asistió horrorizado al estreno de la primera película de Migoya, dedicada a Charlton Heston, "excelente actor y mejor persona": prólogo incorrecto para una cinta rebosante de buen humor negro, azul y rosa y trallazos inclementes al corazón del pensamiento único.
 
Amador Mata (Roberto Sanmartín), un director hispano-cubano y súper gay cuya desmemoria le lleva a enamorarse de su guionista, con quien protagoniza un tórrido romance a pesar de las reminiscencias que le impiden consumar el acto carnal de frente, contra Rico (Paco Calatrava), productor franquista reciclado al felipismo. Su hijo, un depravado que desafía incluso a la "autoridad catalana" de los guardias urbanos de Barcelona, un paparazzo aficionado al Antiguo Testamento y un grupo de alegres jugadoras de sexy-volley playa completan este fresco disparatado y surrealista, aunque altamente verosímil, de la farándula ibérica.
 
Pese al éxito de público, que llenó el auditorio del Hotel Meliá, rió a mandíbula batiente y recompensó al director con un sonoro aplauso al final de la proyección, los críticos se han mostrado más bien distantes. La deconstrucción a la contra realizada por Migoya, quien se atreve incluso con la inmigración y la violencia de género, no es un plato de gusto para todos. A algunos, como Jesús Palacios, amigo de Hernán y prologuista de Camille Paglia en España, simplemente la película no le llegó. No me extraña, pues Jesús prefiere otro géneros. Además, él ya aportó su granito de arena a la disensión cuando impulsó la publicación en nuestro país de las obras de la deliciosa arpía de Filadelfia, esa "lesbiana machorra", en palabras de la siempre exquisita, tolerante y nada homófoba Lucía Etxebarría.
 
Hernán Migoya.Sin embargo, me temo que el disgusto de otros sea debido a todo lo contrario. Quizá algunas de las bromas y chanzas del pelele les hayan resultado demasiado familiares. Es el consabido "No me doy por aludido, pero...", seguido de una diatriba más feroz que si les hubieran mentado a la madre.
 
Aparte de Palacios, aún más interesante en carne y hueso que en letra impresa, tuve el placer de conocer a Juan Luis, Rafael y América, de la editorial Valdemar, cuya librería on line combina soluciones de código abierto y software libre para facilitar el desarrollo de una plataforma de comercio electrónico libre y abierta. En estos días algunos libertarios andan por ahí aleccionando sobre las virtudes de la nacionalización de la banca. Otros, más modestos, se conforman con dar ejemplo. Valdemar posee una extensa colección de relatos fantásticos, góticos y de terror, así como un excepcional catálogo de novela histórica, imprescindible para los aficionados al género. Y por supuesto Sherlock Holmes, el padre Brown de Chesterton y thrillers políticos como En busca del candidato de Manchuria.
 
Cuando vimos la película de 2004 basada en la novela de Richard Condon, muchos fruncimos el ceño ante las alusiones indirectas al presidente Bush, quien en aquellos tiempos no nos parecía tan malo, aunque su mesianismo y sus majaderías, que tanto nos recordaban al dúo Pepiño-ZP, nos resultaban bastante preocupantes. Al final la verdad se ha abierto paso y ha puesto a cada uno en su sitio. George Bush, o "el ungido", como le denominaban algunos teocones, ex tronquistas y antiguos filoterroristas norteamericanos, ha resultado ser casi tan manchuriano como el mismísimo Al Gore. Por una vez, los progres de Hollywood se quedaron cortos.
 
Los demócratas dirán que también la Palin tiene lo suyo, a los que los diestros responderán que Obama es más falso que una puesta en escena de La flauta mágica. La sorprendente carrera de la primera, que en pocas semanas ha pasado de estrella rutilante a Rompetechos, demuestra que la señora tiene poca trastienda. Obama es como Bush pero al revés, o sea, lo mismo. La diferencia es que al ex gobernador de Texas lo fabricaron, mientras que el organizador comunitario se hizo a sí mismo pasando del blanco cultural al negro racial. Cuando un norteamericano se queda en paro no dice "no tengo trabajo", sino "me estoy reinventando".
 
Volviendo a la peli de Hernán, espero que esta vez no le ocurra lo mismo que con Todas putas, víctima de la pinza apostólico-feminista. Tal vez ahora los y las torquemadas de siempre se dignen mirar la peli, algo que no hicieron con el libro, una sátira cruel del macho ibérico y de los maltratadores de mujeres que algunos ignorantes interpretaron como un elogio a la violencia, antes de montar el cadalso.
 
Nunca he sido freudiano, aunque tal vez deba repensar la cuestión de la influencia de la niñez en la evolución del ser humano, algo que ya había apuntado Rousseau. El ilustrador Eric Hanson acaba de publicar un libro sobre los grandes y extraños momentos de diversos personajes famosos que me ha hecho replantearme muchas cosas. Que a los tres años de edad Sigmund Freud viera a su madre desnuda, o que a los cinco Alfred Hitchcock fuera enviado por su padre a la comisaría con una nota en la que pedía que encerrasen a su hijo, podría explicar muchas cosas. De todas formas, no todos los traumas infantiles tienen que ser negativos. Hitler vio su primera ópera de Wagner a los 12 años, y Martin Luther King cantó en el estreno de Lo que el viento se llevó cuando tenía sólo 10.
 
¿A qué edad recibió Arnaldo Otegui su primer beso? ¿Cuándo dejó Blas Piñar de creer en los Reyes Magos? San Josemaría Escrivá de Balaguer decía que había que ser como niños. Creo que en algunos casos habría que hacer justo lo contrario: cuando antes se libren de los recuerdos infantiles, tanto mejor para ellos y para el resto de la humanidad. Por ejemplo, a mí siempre me gustaron los cuadros de angelitos tañendo el arpa, y por alguna razón siempre que escucho ese instrumento me quedo medio obnubilado y me entran unas ganas irresistibles de enamorarme.
 
Me pasó hace unas semanas, cuando conocí a la arpista de la Orquesta Sinfónica de Madrid. Y volvió a ocurrir el jueves en un concierto del trío Flobar en el hotel Husa Paseo del Arte de Madrid. Un recital maravilloso del que todavía no me he recuperado. Escuchándoles me entraron ganas de casarme con el primero que me encontrase, por ejemplo el arpista del grupo, algo bastante peligroso en estos tiempos de crisis, cuando uno se arrima a cualquier fuente de calor sin pensar en las consecuencias. Espero que en el futuro nadie escriba sobre mí: "Luis Margol, hechizado y perenne y estúpidamente embelesado, escuchó su primer concierto de arpa a los 7 años".
 
Tras la música, un nutritivo cocktail a cargo del chef del hotel. Cucharitas de foie con té negro y jengibre, cigarrillos de morcilla y degustación de carnes de cebra, bisonte, reno, ñu y antílope. No solté una sola lágrima; al contrario, disfruté como un enano y me quedé con ganas de más, así que me importa un bledo lo que Brigitte Bardot o cualquier otra musa del animalismo fanático pueda pensar de mí. Si sólo comiésemos animales exóticos, ninguno estaría en peligro de extinción, y si hubiera más gente como Hernán Migoya, el cine español no estaría en crisis; aunque, puestos a rescatar industrias decadentes y a nacionalizar a la carta, ¿por qué no la producción audiovisual? No digan que no les avisé.
 
 
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