"Hace trece años que el Yak 42 se estrella todos los días en mi casa", dice un familiar directo de uno los 62 soldados muertos cuando regresaban de una misión en Afganistán. Soldados fallecidos con responsabilidad patrimonial del Estado, según el Consejo de ídem. Enterrados con los cuerpos mal identificados, que hubo que desenterrar e intercambiar los ataúdes. Solo ahora las familias respiran y lo consideran un acto de justicia.
Para un puñado de víctimas insatisfechas, horrorizadas e incansables, todos los días descarrila un Alvia en la curva de Angrois, se asfixian las Niñas del Madrid Arena, mueren los viajeros del Metro de Valencia. España es un país de víctimas decepcionadas. En el caso del avión Yakovlev hay un episodio para un capítulo entero de la historia de la infamia. He conocido a algunos implicados en el turbio caso del transporte de nuestros soldados y todos han salido bien parados. Todos menos las víctimas.
Dice el presidente del Gobierno que es cosa judicialmente sustanciada y que ocurrió hace mucho tiempo. Es posible que por lo judicial lo hayan arreglado, pero lo que ocurrió hace mucho tiempo es la guerra de Cuba, lo del Yak hace solo trece años, que para la burocracia político-judicial es una bagatela. Pero en ese tiempo han muerto familiares que no han podido cómo el Consejo de Estado les daba la razón. Tarde pero por unanimidad. Decretan que hubo un fallo monstruoso en el Ministerio de Defensa de Federico Trillo Figueroa, hasta ayer embajador en Londres.
Un escalofrío ha recorrido la espalda de los familiares, que vieron cómo nadie asumía la responsabilidad. Y los que al final lo hicieron no cumplieron condena o fueron indultados. Ahora no quieren que Trillo vuelva a representar a España.
Hay algo de justicia poética en este colofón a la historia de un puñado de nuestros valientes soldados. A los que trasladaban en chatarra voladora, donde no funcionaba ni la caja negra. Con una tripulación agotada y sin hacer caso del informe que denunciaba lo deficiente del servicio de los aviones contratados. Las familias todavía ven estrellarse el Yakovlev, mientras el reino de la frivolidad centra sus cuitas en los chismes de peluquería. Han luchado con coraje un puñado de irreductibles, y han ganado. La historia del Yak 42 es de las que no se olvidan. He visto perplejidad en algunos de los implicados que lo daban por muerto en sus confortables destinos. Con el tiempo las condiciones han ido cambiando y la realidad por la que protestaban se ha impuesto. Parecían los más débiles y olvidados pero, como queríamos ver, al final la verdad se impone. El Yak cae del cielo en el salón de las víctimas sobre un colchón de manos entrelazadas sin que puedan evitarlo.