Hoy es un día para estar dolido, fastidiado, muy apenado, porque prácticamente nadie esperaba lo que pasó anoche. Pero lo primero que me pide el cuerpo es el reconocimiento a un equipo y una generación que ha sido leyenda en nuestro baloncesto. Hay que darles las gracias por tantos buenos momentos, por tantos triunfos, por tantas alegrías durante todos estos años. Inolvidables.
En ataque, se abusó del bote, faltó pase, faltaron ideas. Probablemente ahogados por la defensa rival y el extraordinario planteamiento de Vincent Collet para parar el juego interior de los nuestros. Porque Francia fue mucho mejor en todos los sentidos. Su ataque fue el que debía ser para un partido, jugando muy abiertos y ocupando muchos espacios, lo que penalizó la defensa española, que siempre llegó tarde a sus lanzamientos, así como el rebote, dominado por los galos por su mayor potencial físico, e incluso por su mayor intensidad y actividad.
También España defendió mal una jugada muy habitual en Francia, el mano a mano. Se llegó tarde, se pasaron los bloqueos tarde. Fue un día en el que nada salió bien, y ello generó que el equipo en la recta final cayera en la precipitación, los nervios, y se atenazara, llegando al único escenario en el que era posible que España perdiera: que le pudiera la presión.
También creo que no es el momento de buscar un cabeza de turco, sino de, por supuesto, analizar lo ocurrido, reflexionar sobre ello, y tomar las medidas necesarias, pero no en caliente. Pero no podemos ocultar que España hizo un mal partido, en ataque y en defensa. Lo más grave fue que no hubiera un plan B o C, ni en ataque ni en defensa. En partidos así, suele ser necesario alargar la rotación, tirar de algún jugador más, o usar una defensa diferente, como una zona. Y eso ayer no se vio y costó caro.