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CURIOSIDADES DE LA CIENCIA

Polvo de estrellas

De todas las metáforas que la divulgación científica viene a ofrecernos (y la metáfora es una de sus herramientas más sutiles y difíciles de utilizar, porque las carga el diablo), una de las más felices es aquella que alude al poema de Eluard: “Somos polvo de estrellas”.

Viene a informarnos de una realidad cosmológica bellísima: el carbono de sus pantalones vaqueros (si es que el querido lector los usa), el oro de su anillo de compromiso, el hierro que compone la sangre de todo ser vivo... son elementos que nacieron en el seno de una estrella lejana y anciana y que han viajado por el cosmos, saltando de transformación en transformación, hasta nuestra naturaleza. Así se fabrica un universo: mediante la génesis de materia originada a base de reacciones nucleares
estelares.

Hay un nexo físico y químico que nos une al cosmos, que nos hermana con los astros. Y ahora, un equipo de investigadores de la NASA nos acerca un trocito recién hallado de ese cordón umbilical: se han detectado pequeñas partículas adheridas a las capas altas de la atmósfera terrestre que proceden de una estrella antiquísima. Estos gránulos de polvo de estrella son idénticos a la materia de la que disponía el espacio cercano durante la formación del Sistema Solar. En esencia, son parte de los ladrillos que sirvieron para construir el Sol y los planetas que lo rodean, incluido el nuestro.

El hallazgo nos sirve para refrescar un poco nuestra memoria histórica. Una memoria que, gracias a la cosmología, puede remontarse más allá de la propia historia humana, de la propia historia geológica de la Tierra. Sabemos que, antes de que el Sol se formara, el espacio que ahora ocupa el Sistema Solar estaba habitado por una caótica nube de gas y polvo que, a su vez, formaba parte de los restos de estrellas muertas procedentes de otras regiones de la galaxia. Algunas partículas de esa nube sirvieron como “arcilla” para modelar el Sol y los planetas pero otras permanecieron intactas, fueron capturadas mutuamente hasta formar cometas. Los cometas, a su vez, pueden dispersar parte de este material en forma de Partículas de Polvo Interplanetario (IDP) que han permanecido prácticamente inalteradas durante los últimos 4.500 millones de años.

De este modo, el análisis de estas partículas se convierte en un ejercicio de remonte temporal. Contemplar el espectro que emiten estas gotitas de Sistema Solar es como ver en directo cómo nace una estrella como el Sol y de qué modo se puebla su corte de planetas. El problema es que la detección de este material es harto complicada. Las partículas de polvo tienen un tamaño entre 5 y 50 millonésimas de metro y están compuestas de granos cristalinos agrupados de apenas una milmillonésima de metro.

Para captarlos, ha sido necesario utilizar una avanzadísima tecnología a bordo de un avión U-2 modificado. De este modo se ha dado un paso importante para conocer uno de los aspectos más enigmáticos de la cosmología cuyas implicaciones no se le escaparán al lector. Recuerde que acabamos de decir que el polvo y el gas originario del Sistema Solar procedía de los restos de una estrella desaparecida. De algún modo, el origen de un astro es consecuencia de la muerte de otro. Se trata de un ciclo de reencarnaciones infinitas en el que la materia y la energía no desaparecen, simplemente se transforman. El azar y el destino de las fuerzas que rigen el espacio y el tiempo deciden cuáles de estos materiales terminan formando parte del suelo de un planeta iluminado por un Sol suficientemente estable como para dar origen a la vida. Se trata de una mágica cadena que, a lo largo de miles de millones de años une pacientemente los ojos de mi paciente lector con el mismísimo Big Bang.


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