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Javier Somalo

La conciencia de Rajoy y el tutor del PSOE

Aquél que castiga al hereje, quema brujas y confecciona listas negras de tertulianos y medios, calificó a Rivera de “candidato inquisitorial”

El debate electoral entre los cuatro candidatos que vuelven a intentar gobernar España dejó más claras de lo esperado sus intenciones.

El único truco de Pablo Iglesias es hablar rápido y adjetivar cada sustantivo. Es truco de libro y asignatura obligatoria de los populistas: no se dice casi nada y hasta se niega una idea con la siguiente pero resulta fluido y aparente si no se conoce el idioma. Un escandinavo sin noción de español quedaría embelesado hasta que llegara la traducción.

Sabe que los micrófonos siguen abiertos mientras el otro habla y que sus gestos están permanentemente vigilados por una cámara, cosa que ignora Joachim Low. Pero lo fingido y aprendido de memoria, por mucho que se acompañe de aromas a sándalo, es sólo eso, pose y memoria. Y encima le falla lo segundo muy a menudo. Sí estuvo acertada, sin embargo, la estrategia de mostrarse como tutor del PSOE, dando a Pedro Sánchez por muerto y a su partido por huérfano en funciones. Frases –fuera de turno, esa es la clave– como "…no, no, Pedro, así no, te equivocas, yo no soy el rival. No Pedro, el rival es Rajoy…", encerraban una clara amenaza: me vas a necesitar y te estás portando muy mal, Pedro. Pero Pedro estaba tan dolido por el fiasco de su investidura que fue capaz de arremeter contra Ada Colau por separatista cuando su partido la ha colocado en Barcelona –y a Carmena en Madrid– y anda manifestándose por las calles contra el Tribunal Constitucional.

Mariano Rajoy no quiso ver a Iglesias –además lo tenía lejos– porque su campaña sigue siendo dejarle hablar, cuanto más mejor, y sin reproches, para que el miedo campe a sus anchas. Hasta la disposición física de los candidatos en el debate simbolizó la pinza. El presidente en funciones pudo quedar mucho mejor incluso con sus votantes y, de hecho, arrancó el debate en buena forma, pero eso de que Rivera se dirigiera a los suyos sin mordiscos y cargado de razón le resultó imperdonable. El partido que nació del abandono del PP en Cataluña, para cubrir la deserción en esa incómoda trinchera, no llamó indecente al rival, reconoció las cosas buenas que el PP hizo por España y le pidió "reflexión". La mala conciencia hizo el resto y el candidato popular mostró, sin su habitual disimulo, la herida abierta.

Aquél que castiga al hereje, quema brujas y confecciona listas negras de tertulianos y medios de comunicación, calificó a Rivera de "candidato inquisitorial" y le recordó que la Constitución de Cádiz acabó con el Santo Oficio. Pues Torquemada, que expulsó a los liberales de Cádiz en Elche, habló del fuego muy cerquita de las hogueras de San Juan y me temo que se abrasó.

Contra el argumento de Rivera sobre el fin de los aforamientos, dijo Rajoy:

¿Está usted diciendo que los jueces del Supremo son menos independientes?

Los nombran ustedes, respondió el de Ciudadanos.

No, los nombra el CGPJ, replicó el presidente.

Fin del asalto. Hubo muchos momentos clave en el debate pero me quedo con este por la naturalidad, fruto de la verdad, con la que surgió. No hacía falta añadir una coma.

En general, Albert Rivera, como bien decía nuestro editorial, desmontó la pinza y supo dirigirse a sus dos brazos con el tono adecuado: con respeto pero contundencia hacia el PP y sin complejos hacia Podemos. Ignoró con elegancia a Pedro Sánchez, más por la escasa probabilidad de que sea importante para España que por respeto al pacto que no alumbró gobierno.

Los cuatro protagonistas del debate más esperado fueron pues, Rajoy, su conciencia, el PSOE y su tutor. Veremos cómo se juega con eso.


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