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Javier Somalo

Que dimitan y vuelvan a abrazarse

Ha faltado anticipación, reconocimiento de la gravedad y planes alternativos que no requieran del cotejo con una ideología sectaria

Todo lo que ahora está prohibido por el estado de alarma queda resumido en una feria: viajar, atraer mucho público, poner en contacto a gentes de distintos lugares, tocar, compartir… Una feria de muestras es la ocasión para enseñar algo al mundo y captar su interés; es donde se compra, vende y cambia, donde se pueden hacer negocios libres y prosperar. Eso también está ahora prohibido aunque no sea preceptivo de un estado de alarma.

La Feria de Madrid (IFEMA) es una de las más importantes de Europa, genera varios miles de millones de euros al año y muchos miles empleos directos e indirectos. Lo saben en España y lo saben en todo el mundo, que nunca duda en venir a Madrid a promocionarse. Lo público deja espacio –y cuida– a lo privado para conseguir intereses mutuos. Pero todo eso también está ahora prohibido y perseguido aunque no sea condición de un estado de alarma.

La Feria de Madrid –consorcio entre el Ayuntamiento y la Comunidad de Madrid– canceló su actividad comercial y multitudinaria, obligada por la pandemia del coronavirus pero no tardó en seguir siendo útil para la sociedad. En tiempo récord se transformó en el hospital más grande de España con todo lo que eso conlleva, que no son sólo camas y mesillas sino toda una instalación tecnológica y un entramado de conducciones para gases medicinales en las que han trabajado empresas rivales, ingenieros, voluntarios, jubilados, parados, bomberos, médicos y militares. Ideas, voluntad y decisión ante una emergencia. Valores prohibidos, aunque no sea lógico, en este nuestro estado de alarma.

Como reseñan Miriam Muro y Mariano Alonso en un magnífico reportaje publicado en Libertad Digital, IFEMA, que también tuvo que contener el aliento para albergar una improvisada morgue tras los atentados del 11-M, apaga la luz del hospital pero no cierra del todo por si acaso. Por si otra desgracia seguida de ineptitud vuelve a requerir decisiones rápidas y personas dispuestas.

Nada de esto ha merecido la visita de un presidente del Gobierno, tampoco la de un vicepresidente. Por el Hospital Milagro de Madrid han pasado la ministra de Defensa, Margarita Robles, que también visitó y sintió el Palacio de Hielo, morgue de la pandemia; el ministro del Interior, Fernando Grande Marlaska, con la mirada perdida entre la Stasi y el 8-M y el de Sanidad, Salvador Illa, que no se ha contagiado allí de nada bueno. Por allí han estado varias veces el alcalde de Madrid, José Luis Martínez Almeida, y la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, como impulsores de una política de acción con más aciertos que errores y como representantes del consorcio que supone IFEMA , un ente público que puede ser útil para todos aunque se lleve bien con intereses privados, o sea también de todos. Fue el presidente del PP, Pablo Casado y, por supuesto, visitaron las instalaciones los reyes de España, Felipe y Letizia.

Pero Pedro Sánchez y Pablo Iglesias, aceleradores de todos nuestros males, prefieren las Ferias de Vanidades a las Ferias de emergencia. Mejor Vanity Fair que IFEMA. Y así han estado los dos, retándose a ver quién violaba mejor la cuarentena para salir en la tele como si trabajaran fuera de casa aunque tuvieran evidente riesgo de contagio por sus respectivas compañeras. Mientras el Hospital Milagro albergaba a 4.000 infectados y a 1.000 sanitarios, Sánchez e Iglesias competían en filtrar quién era el autor intelectual de tal o cual pésima medida, estudiando cada pose y hasta modificando la voz para adecuarla al momento televisivo, reclamando unidad política mientras echaban muertos al contrario. "¿Quién-ha-sido?", como en aquel dramático 11 de marzo. El PP, claro.

Algunos dirán que si Sánchez e Iglesias hubieran visitado el hospital de IFEMA lo habría criticado de igual manera. Pues sí, es verdad. Porque no me queda duda alguna de que lo habrían hecho para arrogarse cualquier avance. Pero si no han pasado por allí es porque saben que ha funcionado y que ha tenido mucho más que ver con la Comunidad de Madrid que con el Ministerio de Sanidad aunque se presentara como iniciativa conjunta. Quizá también porque su director, el doctor Antonio Zapatero, designado por la Comunidad, ha resultado ser mucho más útil que Fernando Simón pese a ser nada menos que director del Centro de Coordinación de Emergencias de Sanidad.

Antonio Zapatero, Jefe de Servicio Medicina Interna Hospital Universitario de Fuenlabrada y Presidente de la Federación de Asociaciones Científico Médicas Españolas ha demostrado con ejemplo que el Gobierno no ha sabido o querido anticiparse para ser eficiente. Y sigue sin querer hacerlo, como lamentó en varias entrevistas con Federico Jiménez Losantos en esRadio.

Ha faltado anticipación, reconocimiento de la gravedad y planes alternativos que no requieran del cotejo con una ideología sectaria. Y es lo que sigue faltando en el proceso de desconfinamiento que ya nos adelanta una "nueva normalidad" –que nunca será normal si es nueva hasta que pase el tiempo–, y que amenaza con hacernos convivir con el paro y la miseria de negocios antes boyantes. Pero "si no quieren, que no abran", ofrece como receta magistral la ministra para la Transición a la Nueva Normalidad, Teresa Ribera. Nos mandan a paseo por horas y edades pero siguen sin dar un palo al agua con los sistemas de diagnóstico del coronavirus, clave para conocer el grado de inmunidad. No les gusta que la gente intente saber por su cuenta si tiene anticuerpos, cosa que agilizaría mucho la labor del Estado, pero tampoco ofrecen alternativa alguna.

Nos sacan porque se les acaba el tiempo. Abren a medias las persianas porque desconocen qué puede pasar pero saben de sobra que la Economía nacional –la de todos– se hunde como nunca. Y, con la muerte de por medio, juegan a prueba y error. Desde La Moncloa o desde Galapagar… miran a ver qué pasa.

Se nota que tienen miedo y nada más. Deberían dimitir. Sería bonito que lo hicieran por videoconferencia desde IFEMA y que después volvieran a abrazarse aunque esté prohibido. Ahí sí que empezaría la normalidad, la de siempre. Qué mejor día que un dos de mayo para realzar el contraste.

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