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José García Domínguez

Hu Jintao, 'in memoriam'

No sabemos cuál sería el pecado del malogrado Hu, pero sí donde tenía el punto débil. Que Confucio, en fin, lo coja confesado.

No sabemos cuál sería el pecado del malogrado Hu, pero sí donde tenía el punto débil. Que Confucio, en fin, lo coja confesado.

Deng Xiaoping, tal vez el gobernante más inteligente que conociera la centuria pasada, explicó en cierta ocasión la naturaleza profunda del nuevo modelo de capitalismo de Estado que él mismo había diseñado para China apelando a la imagen de un pájaro enjaulado. A juicio del enterrador del maoísmo, si la jaula resultara ser demasiado pequeña, haciendo angustiosa y sofocante la vida dentro de ella, el pajarito se sentiría tan abatido y triste que acabaría muriendo de pura melancolía.Pero si, por el contrario, se le dejase libre para que pudiera volar allí donde se le antojara, el muy desagradecido no dudaría ni un segundo en escapar. Los pájaros, ya se sabe, son así.

Por tanto —barruntaba Deng—, el sútil arte en el que el Partido necesitaría ejercitarse en el futuro a fin de poder mantener el control indefinido del socialismo con rasgos chinos, como le dicen ellos a lo suyo, exigiría saber remodelar en cada momento el tamaño óptimo de la celda para que el pequeño prisionero encontrará motivación suficiente a fin de trabajar sin descanso y enriquecerse, pero sin nunca disponer de una libertad de movimientos tan amplia como para poder caer en la tentación de volar por su cuenta. El 26 de octubre de 2012, el Gobierno chino censuró las ediciones digital y en papel del New York Times. El motivo fue un extenso reportaje donde se relataban con pelos y señales los lucrativos negocios con los que el ahora desalojado Hu Jintao y su familia se habrían hecho multimillonarios en dólares norteamericanos.

Por lo demás, lo normal entre la élite de Pekín. Y no sólo lo normal, sino también lo absolutamente necesario e inevitable en China. Y es que, para que el pajarito no se escape nunca, la arbitrariedad en la toma de decisiones y el reparto de favores, esto es la definitiva ausencia de un Estado de derecho dotado de normas jurídicas cuyo efectivo cumplimiento garanticen jueces y tribunales independientes, tiene que ser el modo habitual y cotidiano entre los funcionarios y dirigentes chinos. Y eso implica corrupción a raudales. Inmensa. Descomunal. No sabemos cuál sería el pecado del malogrado Hu, pero sí donde tenía el punto débil. Que Confucio, en fin, lo coja confesado.

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