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José García Domínguez

La operación Manuel Valls

Yo no veo a Manuel Valls discutiendo el problema de la recogida de basuras en el barrio del Raval de Barcelona con el básico de turno de la CUP

¿Todo un primer ministro de la República de Francia empleado de concejal en una capital de provincias española? Cosas veredes decía el otro. Pero la verdad es que yo no lo veo. Ni yo ni nadie, sospecho. No, yo no veo a Manuel Valls discutiendo el problema de la recogida de basuras en el barrio del Raval de Barcelona con el básico de turno de la CUP, el número dos (o el tres) de Pisarello, otro don nadie de la Esquerra y media docena más de ilustres mediocridades locales y localistas. No, no lo veo. Pero, en otro orden de contrariedades, tampoco veo una España definitivamente alejada de la sombra del espectro yugoslavo si no se consigue ganar la batalla de la opinión pública (y la de la publicada) en Europa. Y esa guerra de trincheras mediáticas, admitámoslo, la estamos perdiendo. Y por goleada. Esos lerdos jueces del Báltico, los testaferros alemanes del Payés Errante, no nos estarían humillando a estas horas como lo hacen si las cosas de la comunicación y el relato fuesen de otro modo.

El propio Valls lo dijo en su día: "Si se rompe España, se rompe Europa". Casi al mismo tiempo que ese lúcido patriota europeo alertaba de la amenaza inquietante para la Unión, Íñigo Méndez de Vigo, el cráneo privilegiado que ejerce de portavoz del Gobierno doméstico del PP, se prodigaba en chistes y gracietas sobre las "urnas chinas" del 1 de Octubre. El nivel. Mientras la tierra se abría bajo nuestros pies, el vocero Méndez colocaba su chiste. En esas manos estamos. No, no tiene sentido ninguno, decía, que la experiencia, el talento y las capacidades de alguien como Manuel Valls se desperdicien en una administración menor y subalterna. Tan poco sentido tiene eso como que aún a estas horas carezcamos de una figura de prestigio continental, un anti-Méndez, capaz de hacer llegar al conocimiento del resto de Europa la genuina naturaleza del conflicto catalanista, un motín con rasgos indigenistas y xenófobos instalado en las lindes mismas del supremacismo encubierto. Y en la persona de Manuel Valls concurren los rasgos todos que deberían adornar a es perfil tan necesario, tan perentorio. Sorprendente e inopinada, la candidatura barcelonesa de Valls está llamada a ser no lo que de entrada parece, una estación de llegada, sino todo lo contrario: una plataforma de lanzamiento.

En Ciudadanos, como en general en todos los demás partidos, tampoco gustan las individualidades brillantes. Porque la inteligencia y la brillantez, es sabido, casan mal siempre con la sumisión y la obediencia al mando, los valores universalmente más preciados, y con gran diferencia, en cualquier organización política. Los mediocres nunca crean problemas. A los brillantes, en cambio, no se le puede dar la espalda nunca. Por eso los primeros están siempre tan buscados y de los segundos se huye como de la peste. De ahí que hoy proceda aplaudir la audacia de Rivera por haberse atrevido (por fin) a incorporar a sus filas a alguien que sí le podría hacer sombra. Algo que certifica que esa confianza en sí mismo que proyecta el líder del partido responde a una realidad psicológica en verdad interiorizada. Lo de Valls, su alistamiento en defensa de los valores civiles, liberales e ilustrados frente a la caverna identitaria catalanista, consituye la mejor noticia que hemos tenido en la política española desde el nacimiento, ya hace tantos años, de aquel primer Ciudadanos en las catacumbas marginales de la Barcelona tomada por el nacionalismo. ¿Pero Valls discutiendo de bolsas de basura con mindundis? Mejor, mucho mejor, mil veces mejor, un millón de veces mejor, que sea nuestro hombre en Europa. Mas tiempo al tiempo.

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