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José García Domínguez

Noticia de Cataluña

La Esquerra se veía como heredera del PSC en el área metropolitana de Barcelona, que siempre se al nacionalismo. Y en esto llegó Podemos. O sea, España.

La Esquerra se veía como heredera del PSC en el área metropolitana de Barcelona, que siempre se al nacionalismo. Y en esto llegó Podemos. O sea, España.

Los unos gritándolo a los cuatro vientos todos los días y los otros sintiéndolo en lo más hondo y secreto de su fuero interno, tanto los nacionalistas catalanes como los nacionalistas españoles comparten el mismo error ontológico de partida: ambos creen que Cataluña no es España. Por eso los de aquí se lanzaron con los ojos cerrados a la piscina del secesionismo en 2012 sin antes comprobar si había agua suficiente. Por lo mismo que los de allí están tan persuadidos de que únicamente recurriendo a la fuerza se podrá evitar una independencia de cualquier otro modo imparable a sus ojos. Por ventura, están equivocados los dos. Los de allí no conocen Cataluña. Y los de aquí tampoco, asunto que, cabe reconocerlo, tiene mucho más mérito. Porque Cataluña, qué le vamos a hacer, sigue siendo España. La tarea que el Estado devino incapaz de consumar a lo largo de la segunda mitad del XIX, apuntalar la comunidad imaginada, la terminaría llevando a cabo una implacable fuerza impersonal, la demografía, durante la segunda mitad del XX.

De ahí la inoperancia fáctica de otro gran mito compartido por ambos nacionalismos: su común fe en el poder demiúrgico del adoctrinamiento escolar y mediático. El sistema educativo –y de modo subsidiario el control férreo de la prensa– fue la gran esperanza blanca del catalanismo político para aculturizar a la descendencia de la inmigración de los años sesenta, un requisito ineludible a fin de encarar con garantías de éxito la secesión. Pero también ellos, igual que antes los franquistas, han fracasado en el empeño obsesivo de convertir las aulas en seminarios de formación del espíritu nacional. Se constató de modo clamoroso el 9-N: apenas un 15% de los castellanohablantes e hijos de no catalanes votaron a favor de la separación. ¿Cabría fiasco mayor después de treinta años y cientos de millones invertidos en el empeño?

Y por eso las prisas de ahora mismo para adelantar las elecciones domésticas. En la letra pequeña del cuento de la lechera que los independentistas llaman "hoja de ruta" la Esquerra figura como heredera universal del difunto PSC en los municipios del área metropolitana de Barcelona, el legendario territorio comanche que siempre se resistió a la penetración nacionalista. Y en esto llegó Podemos. O sea, España. Porque Podemos, guste o no, también es España. La España quimérica, ful, demagógica y encabronada, sí, pero España al cabo. No es de extrañar que los hayan recibido con el cuchillo entre los dientes. A fin de cuentas, la fragmentación minimalista del voto catalán que auguran todas las catas demoscópicas tiene una obvia lectura española: retroceden los grupos identificados con el establishment (CiU, PP, PSC) y crecen las siglas regeneracionistas o desvinculadas de los círculos tradicionales de poder (ERC, Ciudadanos, Podemos, CUP). Exactamente igual que en el último rincón de la España profunda. Clavado.            

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