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José García Domínguez

Por qué acierta Rajoy

Aquí, por lo visto, todavía hay quien cree en la homeopatía y las terapias zen como remedios mágicos para los males de la Hacienda Pública. Amén, claro, de seguir recalentando 'ad calendas grecas' el chocolate del loro.

Igual que cada grupo generacional tiene una canción, la partitura donde habrá de quedar impresa para siempre la radiografía sentimental de cuantos la integraron, cada instante histórico tiene su cuadro. Así La rendición de Breda, espejo de los tiempos en que la deuda externa no impedía que por estos lares jamás se pusiera el sol. O el Guernica, ese autorretrato de la España más cafre. A tales efectos, cuando los historiadores del futuro desempolven las hemerotecas de internet para inventariar estos días de zozobra, no me cabe ninguna duda qué lienzo nos asignarán: Campesinos búlgaros huyendo de la vacuna.

Un alboroto, el actual del gallinero hispano, que si algo demuestra es que el pensamiento Alicia no era patrimonio exclusivo de la izquierda adanista que encarnó el zapaterismo. Y no solo, ¡ay!, por el llanto desolado de los borjamaris. En la derecha sociológica, ahora mismo lo estamos constatando, también prendió, y con fuerza, el virus de Peter Pan. La fantasía de que todos los problemas de la economía se solucionarían recitando en el telediario un par de citas de Hayek. Aquí, por lo visto, todavía hay quien cree en la homeopatía y las terapias zen como remedios mágicos para los males de la Hacienda Pública. Amén, claro, de seguir recalentando ad calendas graecas el chocolate del loro, llámese parques móviles, dietas para el almuerzo del subsecretario de turno, embajaditas autonómicas o chiringuitos audiovisuales varios.

Lo que sea salvo abrir los ojos ante la realidad. Una realidad tozuda, la del déficit, que únicamente admite cuatro vías de escape a la ira bíblica de los mercados (y de su profeta, Merkel). La primera y más obvia, reducir el gasto. Una obviedad que, sin embargo, presenta límites arduos de franquear. Repárese en que sanidad, educación, pensiones, seguro de desempleo, policía, jueces e intereses de la deuda suponen algo más del 75 por ciento del presupuesto. Subir los impuestos es la segunda. La tercera, ya entrando en los mundos de Yupi, sería que el PIB diese en crecer por un milagro, engordando la recaudación del fisco. Y la cuarta, acaso la ansiada por el coro de plañideras, emular a la Argentina de Néstor Kirchner, declarando la suspensión de pagos. Punto. No hay más. Sigamos pues con la matraca: "No a la enfermedad, no a la medicina". 

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