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José García Domínguez

Rivera no está muerto

Rivera no va morir el 10 de noviembre. Y Ciudadanos tampoco.

Rivera no va morir el 10 de noviembre. Y Ciudadanos tampoco.
EFE

Si Torra y el resto de los jefes de las tribus masái no lo remedian de aquí al 10 de noviembre, Albert Rivera se va a dar un batacazo muy notable en las urnas por culpa de los directivos del departamento de márketing de Ciudadanos, que fueron quienes le hicieron creer que el suyo podía ser al mismo tiempo el partido de Uber, Cabify y Patatas Meléndez. Pero resulta que no, que o estás con Uber o estás con el muy rentable y patatero matrimonio Meléndez. Porque las dos Españas que siguen existiendo hoy ya no son la de los rojos y la de los azules, sino la de las grandes ciudades integradas en las redes de la economía global y sus áreas metropolitanas de influencia frente a la otra, la de la miríada de poblaciones pequeñas y medianas del interior de la península, esas extensas áreas que conllevan la lenta decadencia demográfica ancladas a los sectores productivos clásicos, gran parte de ellos ahora en declive.

Dos Españas, las de aquí y ahora, que se parecen como gotas de agua a las dos Francias, a las dos Italias o a los dos Reinos Unidos también de aquí y ahora, viejos Estados-nación en los que el radical impacto asimétrico fruto de la transformación del orden económico mundial está provocando fracturas internas aceleradas entre sus distintos territorios. Así, Uber y Patatas Meléndez son realidades que habitan en universos paralelos y sin posible conexión alguna entre sí. Por un lado, el mundo hipercompetitivo, individualista y urbano de las jóvenes clases medias emergentes que, en el mejor de los casos, contemplan al Estado como un insoslayable estorbo a ignorar. Por el otro, la España tradicional, envejecida y desconectada de los circuitos exteriores, la que requiere por múltiples vías la permanente atención del sector público, desde los subsidios agrícolas hasta la subvención al carburante, pasando por la dependencia de comunidades enteras de las pensiones de los jubilados para subsistir y llegar a fin de mes.

Y esas dos Españas distintas y distantes, cada vez más distintas y distantes, no van a votar nunca más a un mismo partido. Nunca más. Quien aún piense lo contrario, como esos masterizados y americanizados politólogos en nómina de Ciudadanos que han empujado a Rivera a dar su primer gran paso en falso desde que juega en la primera división, no conoce realmente el país en el que vive. Sí, Rivera se va a dar una costalada seria, algo que, sin embargo, no debiera hacer fantasear a la dirección del Partido Popular con su entierro prematuro. Porque, por muy malos que finalmente resulten sus resultados en noviembre, Ciudadanos seguirá siendo la referencia electoral de un espacio político nuevo y diferenciado que no se identifica con el Partido Popular, al que sus miembros asocian con una añeja reliquia de sus padres y abuelos. Como la de la izquierda, la división de la derecha está aquí para quedarse. A fin de cuentas, no es más que el reflejo en la superficie de una división mucho más de fondo, la que está escindiendo en dos a las capas medias del país.

Olvidadlo, pues. Rivera no va morir el 10 de noviembre. Y Ciudadanos tampoco.

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