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José García Domínguez

Sánchez, contra los colegios del Opus

¿Serán ultras, carpetovetónicos y fachas también los socialdemócratas de Berlín? A saber.

¿Serán ultras, carpetovetónicos y fachas también los socialdemócratas de Berlín? A saber.
Europa Press

Uno de los compromisos programáticos del PSOE que está pasando más inadvertido en medio del ensordecedor guirigay de este inicio de la campaña es el de impedir por ley toda financiación pública a los centros escolares que apliquen eso que se ha dado en llamar educación diferenciada, esto es, los que separan en aulas distintas a los chicos y a las chicas durante todo o parte de su itinerario académico. Huelga decir que la sentencia firme del Tribunal Constitucional que avaló en su día la absoluta conformidad de tal práctica educativa con los principios que inspiran la Carta Magna no va a suponer ningún impedimento para que tal prohibición, pues de una prohibición apenas encubierta es de lo que se trata, se lleve finalmente a cabo en el supuesto de que a Sánchez le salgan los números dentro de una semana y pico. Y dado que ya solo los colegios católicos adscritos al Opus Dei conservan en España la división por sexos en sus aulas, no hace falta ser un lince para inferir que el propósito tácito de la propuesta es excluir a esa institución en concreto, el Opus, del acceso al régimen concertado del que se benefician la inmensa mayoría de los centros escolares surgidos de la iniciativa privada. Pues, naturalmente, si quienes eso hacen con los niños y las niñas son los carcas y reaccionarios del Opus, resultaría ocioso cualquier debate ulterior.

Bien al contrario, se impone tomar medidas expeditivas por el procedimiento de urgencia. Y es que Pedro Sánchez, que es un joven de su tiempo, nunca ha oído hablar ni de un tal Agamenón ni tampoco de su porquero. De ahí que aún ignore a estas alturas que la recuperación contemporánea de la educación diferenciada ante ese desastre generalizado que ha supuesto la conversión en ortodoxia didáctica de la pedagogía moderna en todo Occidente no sólo es un asunto de católicos más o menos conservadores. Al punto de que en Gran Bretaña, el país donde tuvo su origen primero –allá a mediados de la década de los sesenta– el descalabro que luego sus pedagogos teóricos (valga la redundancia) nos exportaron al resto de los europeos, hay ahora mismo más de dos mil nuevas escuelas diferenciadas, tanto de titularidad estatal como de gestión privada. Pero no se trata únicamente de una cuestión de cantidad, sino de calidad, sobre todo de calidad. Pues alguien debería explicarle a nuestro presidente que en la lista oficial (la elabora el Ministerio de Educación con parámetros objetivos) de las cien mejores escuelas de primaria y secundaria del Reino Unido, más de ochenta resultan ser centros que practican la educación diferenciada.

Y no ocurre únicamente en el Reino Unido. Obama, alguien a quien Pedro Sánchez no parece tener por un facha integrista, promovió durante sus dos mandatos la implantación de ese tipo de educación, con particular insistencia en las escuelas públicas de los barrios más conflictivos de muchas grandes ciudades de Estados Unidos, empezando por los más desestructurados familiarmente de la periferia de Nueva York. Los resultados fueron tan inmediatos como espectacularmente buenos. En Alemania, otro ejemplo paradigmático de la nueva tendencia, es el propio SPD quien se ha decidido a poner en marcha ese tipo de centros segregados en algunos estados donde gobierna en coalición con Los Verdes. Sin ir más lejos, en Berlín, acaso la ciudad más alternativa y progre de Europa, ya hay decenas de ellos. ¿Serán ultras, carpetovetónicos y fachas también los socialdemócratas de Berlín? A saber.

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