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José García Domínguez

Y los obreros se hicieron fascistas

Es el euro, no los maquiavélicos estrategas de la izquierda caviar, quien está llenando de neofascistas y antisistema los suburbios obreros de París.

Es el euro, no los maquiavélicos estrategas de la izquierda caviar, quien está llenando de neofascistas y antisistema los suburbios obreros de París.

Lo de la extrema derecha en Francia, que Le Pen haya devenido heredera única del legado electoral del moribundo Partido Comunista, constituye uno de los fenómenos más contraintuitivos de la política europea contemporánea. Aunque quizá no tanto para quien conozca la vergonzante historia de promiscuidad entre nazis y comunistas que se produjo en la Francia inmediatamente previa a la ocupación. Al cabo, el Partido Popular Francés, la organización criptohitleriana por excelencia, fue constituido a partir de una escisión en bloque del PCF, con nada menos que el director de L’ Humanité y Doriot, uno de los jefes de la Komintern, a la cabeza.

De nuevo, pues, la caja de Pandora está más que entreabierta en Francia. También en Francia, a fin de cuentas un piig con aires de grandeur. Porque, quieran o no, ellos habitan en el sur, un sur aplastado por una moneda, el euro, pensada para garantizar los intereses de otros. En España gusta mucho repetir ese apolillado lugar común, que el culpable del éxito de Le Pen fue Mitterrand. Pero el verdadero responsable no resultó ser el malvado Mitterrand, sino el euro. Y es que Francia cojea del mismo pie que España. Entre 1999 y 2008, los productos españoles se encarecieron de media un 17% en relación a los alemanes. Eso significa que tendríamos que haber devaluado la moneda para recuperar la competitividad perdida. Pero hicimos justo lo contrario: revaluarla y así resultar todavía mucho menos competitivos frente al resto del mundo.

Desde el día de su nacimiento, el euro ha aumentado la cotización en más de un 30% frente al dólar. Nuestro peor enemigo no hubiese actuado de modo muy distinto. Porque cada vez que el euro se hace más fuerte, España deviene más débil. Y a Francia le ocurre otro tanto. Es el euro, no los maquiavélicos estrategas de la izquierda caviar, quien está llenando de neofascistas y antisistema los suburbios obreros de París. Aunque, si bien se mira, lo único raro es que todavía no haya hecho lo mismo a este lado de los Pirineos. El mapa electoral de Europa, de Hungría a Francia, comienza a dibujar algunos paralelismos inquietantes con el de los años treinta. Le Pen y sus fascistas posmodernos solo son un síntoma más de una enfermedad que se extiende rauda por todo el continente. Una enfermedad que, más pronto que tarde, llegará aquí. Al tiempo.

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