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José T. Raga

El dedo y la transparencia

¿Puede el linchamiento del adversario ser fundamento democrático?

Se preguntará el amable y querido lector qué tiene que ver el primer término del título con el segundo. Verán pronto dónde está la relación, positiva o negativa, según se contemple.

Secuencialmente, con mayor o menor intensidad, fundamentalmente según el momento político por el que se atraviese, o por otras causas, que tanto da, aparecen objetivos manoseados por los dignatarios de la polis que se convierten en las piedras angulares para la vida de la nación.

Objetivos que se ponen de actualidad y que todos, sin excepción, los asumen como propios, y que fácilmente acaban siendo armas con las que se baten en los círculos políticos –el parlamento es un lugar de excepción, propicio para ello–, sirviendo, a juzgar por sus resultados, en la forma más elocuente de perder el tiempo; como si el coste del sostenimiento institucional fuera cosa menor.

No importa la inutilidad de la tarea, la realidad es que la cosa se mantiene incomprensiblemente, y lo que es más preocupante es que nadie se atreve a reconocer la ridiculez e inutilidad de tales cometidos.

Muchas veces pienso que el hecho de mantenerse vivos es la confirmación del viejo aforismo por el que en este nuestro país cualquier error político, judicial, no tanto empresarial, aun demostrado que lo es, pervive, porque hay que sostenella y no enmendalla.

Hace unos años, quizá cuatro o cinco, se introdujo en el vocabulario político el término transparencia, como antes fue progresismo para indicar decadencia, que ha ido ampliando su campo de acción a todos los aspectos de la vida, hasta los más íntimos – ahí está el negocio y éxito de las redes sociales–, sin rubor alguno. Todos los partidos y partiditos, grupos y grupúsculos, se adscribieron a la tarea, aunque hay que reconocer que los de la izquierda fueron los más radicales.

Pasado el tiempo, aquellos que, seguros de que nadie les encontraría en un renuncio, apostaban por la transparencia –ya que nunca habían tenido la ocasión de faltar a ella– formaron frente común para exigir transparencia, y para impedir que se les exigiera a ellos. Llegado a este punto, por qué esa actitud y cuál la razón de su fundamento.

La primera constatación que obtengo es que aquellos que más practican el sistema digital –o sea, por el dedo– en la designación de cargos, incluso los de carácter técnico, son los que más se oponen a ser transparentes; vean los casos, escandalosos, en ayuntamientos como los de Madrid, Barcelona, Valencia… o en autonomías como Cataluña, Andalucía, Valencia, Baleares…

O sea que el dedo y la transparencia se diría que están reñidos. Además, ¿se ha aclarado alguna vez algo que no estuviera sabido en las comparecencias parlamentarias para la transparencia? ¿Está justificado, entonces, el tiempo y el dinero que cuesta el culto a la transparencia? ¿Puede el linchamiento del adversario ser fundamento democrático?

Creo que nuestros políticos vieron demasiadas películas de romanos; aunque aquellas superproducciones eran mejores.

En España

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