Menú
Luis Herrero Goldáraz

El verano de Trigueros

La suya es una obcecación metafísica. La reafirmación sencilla de quien, pudiéndolo todo, no necesita mucho más que tú. 

La suya es una obcecación metafísica. La reafirmación sencilla de quien, pudiéndolo todo, no necesita mucho más que tú. 
Manu Trigueros durante sus vacaciones de verano. | Archivo

El futbolista posa ufano y sonriente mientras deja que a su alrededor se genere la noticia. El futbolista, figura retórica que aglutina a todos los que alguna vez se han hecho millonarios dándole patadas a un balón, es un animal noticioso. Además es normal que lo sea y él mismo sabe que lo es, por lo que a nadie sorprende que algunos de ellos sucumban al éxtasis amargo de la sobreexposición. Las excentricidades del futbolista llenan artículos por la misma razón por la que también lo hacen las mentiras de cualquier Gobierno: algunas obviedades necesitan ser señaladas con el dedo para darle un sentido de continuidad a la vida. De ahí que este futbolista, uno en concreto entre todos los que son, parezca querer decirnos algo con sus fotos veraniegas.

No es un mensaje cualquiera el que sube este futbolista a las redes. Podría decirse que es una reivindicación. Cuando la excentricidad es la norma, lo normal empieza a resultar excéntrico, que dijo aquel. Así que este futbolista posa en camiseta sin mangas como quien pretende liberarse de un dogma. Se deja ver en en la playa, con su hija de la mano y la sombrilla en ristre, porque nunca ha estado escrito en ninguna piedra que un futbolista no pueda ser un vecino más. Su batalla es por la cotidianidad y su lucha un esfuerzo curioso por dejarse llevar, es decir, por seguir haciendo todo aquello que no habría tenido otro remedio que hacer si en lugar de ser famoso y rico fuese un hombre normal. La suya es una obcecación metafísica. La reafirmación sencilla de quien, pudiéndolo todo, no necesita mucho más que tú.

El futbolista nos habla a la cara, directamente, y en sus acciones esconde un rotundo golpe de voluntad. Él mismo ha escogido las imágenes y reconoce que eso no quiere decir que no disfrute de su dinero como cualquiera de sus colegas de profesión. Simplemente, no le gusta subir fotos en barcos y cosas así. Prefiere enseñarse sentado a la mesa, con el mantel de cuadros que cubre todas las mesas de España y la botella de vino que riega el gaznate, también, de cada español. Pudiendo ser diferente, decide ser uno más. O, mejor dicho, no dejar de parecerlo del todo. Pero con su acto de insurgencia, quiéralo o no, no le dice al mundo que nadie está condenado a vivir en función de lo que se espera de él. Ese habría sido un mensaje para otra época y para otro público. Lo que le dice a la gente es que ninguno está obligado a mostrarse como se espera de él.

El matiz es importante y revela la consumación de un cambio. Es la confirmación definitiva de que pesa más la imagen que la vida. Y de que, en un mundo así, a nadie le importa realmente lo que hagas mientras lo sepas mostrar. Por todo eso, uno ya no se siente tan obligado a conquistar su libertad como a recuperar la autonomía de la imagen que proyecta sobre los demás. Es ahí donde se asienta el nuevo paradigma y eso es lo que alimenta el último ansia de reivindicación social. En este caso, el futbolista es futbolista pero también es algo más. Su reto es hacerlo evidente. Enseñarse. Trascender. Se vulgariza para distinguirse. Se vuelve excéntrico a fuerza de huir de la excentricidad. Hasta ahora, Manu Trigueros era Manu Trigueros, centrocampista del Villarreal. Ahora, para muchos es Manu Trigueros, chaval humilde y vecino jovial. Para otros, además, es un zumbado capaz de comerse un cocido en plena ola de calor.

Temas

En Deportes

    0
    comentarios