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Pablo Molina

Los dilemas metafísicos de Arturo el jardinero

"Que nos dejen tener cuidado de nuestra rosa sin más tutelas que las que nosotros escojamos", ha dicho, como si fuera un adolescente de botellón.

"Que nos dejen tener cuidado de nuestra rosa sin más tutelas que las que nosotros escojamos", ha dicho, como si fuera un adolescente de botellón.

En una de aquellas entrevistas que Javier Arzallus tenía a bien conceder a Televisión Española, cuando sólo existían la TVE y el UHF, el patriarca del PNV se quedó estupefacto cuando el periodista le preguntó simplemente: "¿Qué quieren en realidad los vascos?".

Aunque hace varias glaciaciones, recuerdo que Arzallus comenzó a mover el mentón en varias direcciones presa del nerviosismo, para balbucear tras unos segundos vacilantes: "Que nos dejen ser lo que somos". Acto seguido volvió a mostrar un rostro más relajado, dentro de lo que en él era posible –Arzallus siempre tenía cara de haberse olvidado en casa el Hemoal–, y la entrevista prosiguió en el tono versallesco que TVE ha prodigado siempre a los políticos separatistas.

Hombre, es bastante difícil que alguien te impida ser lo que eres. Aunque estés como una cabra y te consideres legatario de un relato mitológico incompatible con la historia y la antropología. Pero como las chorradas nacionalistas suelen ser saludadas en la política nacional con grandes muestras de respeto, al día siguiente los periódicos ponderaron, una vez más, la gran solvencia política del jesuita rebotado.

El actual presidente catalán ha tenido una ocurrencia similar, pero ha tirado por lo bucólico y convertido a Cataluña en una rosa. "Que nos dejen tener cuidado de nuestra rosa sin más tutelas que las que nosotros escojamos", ha venido a decir Arturo, como si en vez de una autoridad del Estado de la décima potencia mundial fuera un adolescente en pleno botellón con los amigos, rumiando la desgracia de tener unos padres demasiado controladores, incapaces de entenderlo. Precisamente Arturo está puesto ahí para cultivar esa rosa, que cada vez está más mustia, y no precisamente porque su Gobierno carezca de recursos para su cuidado. Otra cosa es que la Generalidad desvíe los fondos a fines distintos a comprar estiércol para abono, pero eso no es por un exceso de tutela exterior, sino precisamente por todo lo contrario.

El último jardinero de fuste que ha tenido la política catalana fue Ernest Benach, famoso por haber tuneado su limusina Audi 8 cuando oficiaba de presidente del Parlamento autonómico, para que el interior del vehículo estuviera a la altura del estadista que transportaba a diario. Aquella ocurrencia del técnico en diseño y cuidados del entorno paisajístico le costó a los catalanes sólo 10.000 euros. La rosa de Mas, en cambio, nos tiene ya clavadas a todos los españoles cincuenta mil millones de espinas, una por cada millón de deuda de la Generalidad. Ni se imagina el jardinero Mas las ganas que tenemos muchos de acabar ya con esa tutela que tanto le incomoda.

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