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Pablo Molina

Miedo a la libertad

Cuando en los ochenta salías de casa a las seis de la mañana, te montabas en un coche de decimocuarta mano y te metías dos horas de carretera infernal para llegar a tiempo al curro, no pensabas que alguien estaba cometiendo un crimen social contigo.

Una organización sindical francesa muy poco representativa, como todas en cualquier país civilizado, ha ideado una campaña publicitaria para captar adeptos, digo afiliados, en uno de cuyos videos se puede ver a una parturienta negándose a dar a luz porque no quiere traer al mundo a un becario.

Claro, ella quiere traer un funcionario con sueldo fijo (a poder ser bien alto) desde los dieciocho hasta los sesenta años en que acceda a la jubilación anticipada. Toda una vida enganchado a la ubre estatal como un mamoncete es el futuro ideal que este sindicato sueña para cualquier francés que viene al mundo.

Huelga decir que si todos los franceses pensaran como sus líderes sindicales el país galo sería como Cuba o Corea del Norte, donde todo el mundo vive del Estado, y lo de "vivir" es un eufemismo, como demuestra el nivel de vida de la población que disfruta de las mieles del paraíso socialista.

Nada que criticar por tanto en esta campaña de un sindicato francés, que sin duda hará morirse de envidia a nuestros sindicalistas por no habérsele ocurrido antes a ellos. La cultureta socialdemócrata ha conseguido socavar de tal forma los valores esenciales de una sociedad libre que lo que antes se consideraba normal y hasta necesario (pasar unos primeros años de formación en trabajos poco remunerados, sobre todo si no se tiene la adecuada cualificación académica, para ir subiendo posiciones en la escala profesional de acuerdo a la propia valía), ahora es considerado una tragedia.

Los nenes de hoy en día quieren vegetar durante veinticinco años estudiando poco y pasando cursos por decreto, y al día siguiente de licenciarse exigen una vivienda "digna" y un puesto de trabajo indefinido con un buen sueldo cerca de la casa de mamá para que les lave la ropita y les cocine el potaje diario. Y en lugar de sacarles de su error y decirles que la vida es una constante tarea de superación personal y de sacrificio, los políticos y los medios de comunicación, auxiliados en la banda por los sindicatos, les dan la razón y afirman que el hecho de que un chaval comience su carrera profesional cobrando un salario mínimo es una injusticia por la que todos los demás debemos pagar.

Cuando en los ochenta salías de casa a las seis de la mañana, te montabas en un coche de decimocuarta mano y te metías dos horas de carretera infernal para llegar a tiempo al curro, no pensabas que alguien estaba cometiendo un crimen social contigo. Al contrario, te sentías afortunado de hacer encontrado un trabajo fuera del campo. Tal vez fuera porque entonces los padres no educaban a sus hijos como unos resentidos sociales que debían exigir a los demás la satisfacción de sus necesidades. Al contrario, con su ejemplo enseñaban que a través del talento, la disciplina y mucho esfuerzo, un hombre es capaz de alcanzar todas sus aspiraciones. No había ningún mérito adicional en ello. Es la vida, y lo único que hacías era enfrentarte a ella con agallas y optimismo.

Si muchos de los grandes empresarios actuales, en lugar de aceptar trabajos poco remunerados con dieciséis años, se hubieran limitado a exigir "una vivienda digna" y un sueldo acojonante, o se hubieran hecho liberados sindicales, probablemente se habrían jubilado como supervisores de conserjería. Ejemplos los hay a miles, pero eso no se les enseña a los jóvenes, no sea que pierdan el miedo a la libertad y comiencen a confiar en ellos mismos.

Con su pan se lo coman. Ahora bien, como todos los niños que vengan al mundo con mamás como la de esta campaña sindical se conviertan en funcionarios, dirigentes de ONG’s o miembros de grupos de presión subvencionados, no sé quién va a sacar adelante el país. Y no sé a usted, pero a mí ya me empiezan a doler las pelotas de trabajar para tanta gente.

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