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Pablo Planas

Así se odia a España en Cataluña

Uno de los rasgos más agudos del nacionalismo catalán es su odio a España y a los españoles. No es nada nuevo, pero sí cada vez más intenso.

Uno de los rasgos más agudos del nacionalismo catalán es su odio a España y a los españoles. No es nada nuevo, pero sí cada vez más intenso.
EFE

Uno de los rasgos más agudos del nacionalismo catalán es su odio a España y a los españoles. No es nada nuevo, pero sí cada vez más intenso. Antes del proceso se intentaba disimular más o menos, por lo que más que de odio se podía hablar de menosprecio. Se creía que tal vez era fruto de la ignorancia y de la inmersión en lo que el corrupto y corruptor Pujol llama "identidad colectiva", del programa de nacionalización de la sociedad, en el que desempeñaron un papel determinante las escuelas, los institutos y los medios sostenidos por la Generalidad.

Tal era la obsesión por catalanizar cualquier aspecto de la vida cotidiana que resultaba necesario erradicar todo rasgo de españolidad, ya fuera el idioma, la cultura o los sentimientos y vínculos, arrancar de cuajo la compleja identidad española, convertirla en una caricatura de barraca y copla, de inmigración y analfabetismo, pura miseria y atraso.

La operación ideada por Pujol fue un éxito. En menos de dos décadas, España se convirtió en una anécdota en Cataluña, una especie de mal menor consistente en bolsas de población no asimilada en el extrarradio de las capitales, el Cinturón Rojo de Barcelona o el singular barrio de Vila-roja, en Gerona, donde los vecinos colocaron a la entrada una gran bandera rojigualda con la leyenda "Bienvenidos a España" en octubre de 2017. Ni que decir tiene que las buenas gentes de Girona ni se acercan por la zona, considerada un reducto de marginalidad.

Con el denominado Procés, se cayeron las caretas. Ya no hacía falta disimular y apareció el verdadero rostro del catalanismo, ese supremacismo aldeano mediante el que todo lo catalán no sólo es mejor sino que todo lo español, cualquier cosa, es directamente un mojón. El desahogo con el que opera ese sentimiento de superioridad es patente en la escuela, en anuncios, en declaraciones públicas y hasta en recomendaciones sobre prácticas sexuales en la televisión autonómica.

Ejemplos de menor a mayor. Una joven diserta sobre la masturbación femenina en TV3 y el problema es la "invasión del castellano" porque "todo es en castellano" hasta en eso, según la vocacional comisaria lingüística. Un grupo de muchachos habla sobre los derechos de las mujeres. Quienes lo hacen en español exponen las tesis machistas y casposas; el que habla en catalán defiende a las mujeres. El Defensor del Pueblo catalán, Rafael Ribó, habla de las listas de espera y culpa a los pacientes de otras comunidades que acuden a operarse a centros sanitarios de Cataluña porque, como todo el mundo sabe según él, la sanidad catalana es mejor que la del resto de España.

Más los hijos de guardias civiles señalados por sus profesores el día después del 1-O en el instituto aledaño a la casa cuartel de San Andrés de la Barca. O lo que ocurrió en el final del pasado curso escolar, cuando una profesora agredió a una niña de diez años en el colegio Font de l'Alba de Tarrasa por dibujar una bandera de España y escribir "Viva España" en el álbum de fin de curso. La niña tuvo que cambiar de colegio. La profesora, no. Hay y habrá más odio. Son años de siembra que empezaron con Pujol, se han agudizado con el proceso separatista y afectan hasta al defensor del pueblo, quien en vez de denunciar esos casos justifica e incurre en tales conductas.

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