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Pablo Planas

Costa y Piqué, juego de patriotas

"Es español quien no puede ser otra cosa", dijo Cánovas del Castillo, pero este muchacho de 25 años ha decidido serlo.

"Es español quien no puede ser otra cosa", dijo Cánovas del Castillo, pero este muchacho de 25 años ha decidido serlo.

El futbolista Diego Costa, natural de la población de Lagarto, en Brasil, ha decidido jugar con la selección española. "Es español quien no puede ser otra cosa", dijo Cánovas del Castillo, pero a este muchacho de 25 años se lo disputaban desde hace semanas las federaciones española y brasileña y ha decidido que quiere ser español. En Brasil ya le amenazan con retirarle su parte de la doble nacionalidad. No conciben cómo es posible que haya renunciado a la Canarinha, cinco veces campeona del Mundo, y a defender esa camiseta en el mismísimo Maracaná.

Según ha declarado el propio Costa, que juró la Constitución española hace pocos meses, ha sido una decisión muy difícil entre "el país donde has nacido y el país que te lo ha dado todo". En un vídeo difundido por su actual club, el Atlético de Madrid, explica que toda su carrera deportiva se ha llevado a cabo en España, "el país que se lo ha dado todo", y que espera que la gente de Brasil entienda su decisión, porque tiene familiares allí y porque allí pretende establecerse cuando cuelgue las botas.

Si se atiende a la historia de Moacir Barbosa Nascimento tal vez se valore mejor el gesto y se comprenda, un poco, la valentía demostrada por el jugador colchonero. Barbosa fue el portero de Brasil en la final del Mundial de 1950, la del Maracanazo, la del gol de Obdulio Varela y el triunfo del Uruguay ante doscientos mil brasileños. Los incidentes duraron días, hubo muertos y el guardameta sufrió durante cincuenta años (falleció un 7 de abril de 2000) el desprecio generalizado de la sociedad brasileña.

A Costa, por tanto, haber elegido España le puede salir bastante más caro que a los jugadores catalanes de la selección, cuya identificación con el país que les ha dado todo se suele reducir a la masía del Barça, "el ejército desarmado de Cataluña". Algunos de ellos han declarado, en perfecto uso de sus libertades, que si hubiera una selección catalana preferirían defender esa elástica. Mientras eso no sea posible, se justifican, "la roja" es un mal menor, un "imperativo legal", pero con gran proyección internacional. A Piqué, por ejemplo, le sirvió para conocer a su actual mujer, la cantante Shakira, durante el Mundial de Sudáfrica.

No es que los futbolistas deban dedicarse a dar lecciones morales. Ni siquiera están obligados a dar ejemplo de nada. Faltaría más. Sin embargo, a muchos de ellos y especialmente a los catalanes les gusta posar con las enseñas de sus autonomías en las fotografías de las copas, como para que se note de dónde son exactamente y cuál es su bandera. No es probable que a Costa se le vaya ocurrir pasear una bandera de Brasil si España gana el Mundial y él está en esa selección de Del Bosque. De hecho, en el caso de que marcara un gol sería aconsejable que lo celebrara con prudencia.

También sería aconsejable, por poner un par de ejemplos, que los futbolistas que no dispongan de más nacionalidad que la española jurasen (o prometiesen) la Constitución, como besaban bandera los quintos, por el mismo "imperativo legal" con el que se excusan al jugar con España y para ponerse a la altura, en compromiso, del extranjero Costa. Y que grabaran un vídeo en el que demostraran un poco de agradecimiento con sus conciudadanos por poder defender a su país, aunque sea al fútbol y aunque sólo por la pela.

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