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Pedro de Tena

Andalucía o la decepción, esperemos que provisional, del centro derecha

¿Tan difícil era ceder generosamente con luz y taquígrafos para animar y seducir a la España desconcertada, decepcionada e indignada?

¿Tan difícil era ceder generosamente con luz y taquígrafos para animar y seducir a la España desconcertada, decepcionada e indignada?
El presidente de la Junta de Andalucía, Juanma Moreno. | Joaquin Corchero / Europa Press

Ya sé que la propaganda negra, esa especie de propaganda falsa y miserable destilada en los laboratorios del sectarismo, presenta lo ocurrido en el debate de presupuestos de Andalucía como una traición de Vox al "gobierno del cambio" andaluz o como una traición del PP a los compromisos previos que hicieron posible la investidura de Moreno Bonilla. Y sé lo miserable que es que ambos se acusen mutuamente por prensa, radio y redes de ser cómplices del socialcomunismo de Juan Espadas y el coro desafinado de los grillos comunistas.

Creo que la lectura que debe hacerse, que es la que se ajusta más a los hechos evidentes, es que PP y Vox –Ciudadanos se encuentra in artículo mortis tras el "marinazo" de Teolobo Hervías Egea y tras la diáspora ya inevitable, a izquierda y derecha, de los últimos de la fila naranja–, han dado una penosa muestra de irresponsabilidad política que hace del futuro de España una incógnita inquietante.

El lamentablemente desaparecido Antonio Escohotado escribió un largo artículo, parte de un más extenso ensayo sobre las drogas, que se titulaba La creación del problema. Los problemas existen a veces porque lo son esencial, real e inevitablemente y otras veces sobrevienen, porque se crean debido a una escasamente meditada conducta. En política pasa lo mismo. Determinados comportamientos pueden crear un problema que inicialmente no tenía por qué serlo.

Vean, por ejemplo, la afición a la creación de problemas de la dirección nacional del PP. ¿Qué puede esperarse de un dúo como Pablo y Teolobo al que la inseguridad y el erratismo estratégico le impulsan a nombrar de un dedazo portavoz parlamentaria a Cayetana Álvarez de Toledo para poco después fulminarla de otro dedazo inexplicado con escándalo y un libro clavados en la frente?

¿Qué esperanza puede suscitar un clan, no ya un dúo –que sobrevive gracias al triunfo del estilo liberal, desenfadado, valeroso y sin complejos de Isabel Díaz Ayuso–, que pretende presentarla ahora como un peligro para no sé sabe qué principios, qué poderes ocultos, qué disciplinas o qué intereses baroniles?

¿Qué expectativas de cintura, diálogo y apertura puede esperarse de quien, como Pablo Casado, flageló personal e intencionadamente a un amigo, qué digo a un amigo: a un futuro socio cierto de gobierno con el que ya gobernaba en Andalucía y Madrid? ¿Por qué y para qué debía poner piedras en la rueda que llevaba a posibles gobiernos de centro derecha apretando además el cordón sanitario que la izquierda socialcomunista y separatista ata al cuello político de Vox? ¿Quién teme a Santiago Abascal y qué se teme de él?

Pero, ¿qué promesas puede hacernos Vox cuando se muestra tan incapaz de distinguir lo importante de lo accesorio, lo partidista de lo nacional, lo puramente ideológico de lo que es estrictamente político? La verdad política no está antes, en los partidos, sino después, en los hechos de los gobiernos que son los que pueden abrir o cerrar y trazar futuros deseables para la mayoría nacional que amalgaman.

Ese tufo especialmente dogmático y altanero de creerse en posesión de una supuesta verdad teológica patriótica no logra entender siquiera que no hay una "mayoría natural", como la fraguista, que incluya al presidente de un banco y a su conserje, Rajoy dixit, sino que puede haber, si se trabaja y se explica, una mayoría ciudadana que prefiera un camino libre de dictaduras, demócrata y occidental (Europa más América) a los carriles empobrecedores del siglo XIX que se resumen en el ordeno y mando de una casta de tiranos.

A menos que se suiciden, y de paso nos suiciden a todos los que no queremos que España se destruya como nación y se despeñe por estructuras socialcomunistas lejanas a nuestra idea de libertad constitucional, las profecías demoscópicas pregonan que puede ser posible corregir el descarrío del gobierno de Pedro Sánchez, arrancar las raíces de sus malas hierbas y poner los cimientos de una España unida y nacional capaz de hablarse y entenderse a sí misma.

Pero esa posibilidad pasa necesariamente porque PP y Vox o Vox y PP, (y pocos más) según la proporción que cada uno obtenga en las elecciones, tengan diseñada una ruta de acuerdos firmes, leales y flexibles que vayan ilusionando a cada vez más españoles hasta dejar vacía la España anti-Transición y totalitaria que hoy anida en buena parte del PSOE y en todo el guirigay comunista y separatista. Esa es la gran política española pendiente.

Pudo haber comenzado en Andalucía esta pasada semana y hubiera dado un impulso a la esperanza de muchos. Pero no. ¿Tan difícil era ceder generosamente con luz y taquígrafos para animar y seducir a la España desconcertada, decepcionada e indignada?

Ni Casado ni Abascal quisieron. Tampoco algunos más. Pues habrán de querer cuanto antes a menos que prefieran que la España agónica, destripada, convulsa y monstruosa de Sánchez eche raíces en la piel de toro. Y si no quieren, lo siento, pero váyanse, coño. Que otros hagan posible lo que es necesario, que es eso es la política, la gran política.

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