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Santiago Navajas

Andalucía se toma en serio el cambio

Las elecciones municipales y europeas han consolidado la dinámica andaluza por la que gana el PSOE pero no pierde la derecha.

Las elecciones municipales y europeas han consolidado la dinámica andaluza por la que gana el PSOE pero no pierde la derecha.
EFE

Tras la ruptura del ciclo socialista en la Junta de Andalucía, las elecciones municipales y europeas han consolidado la dinámica andaluza por la que gana el PSOE pero no pierde la derecha. Como suele ocurrir en Estados Unidos, donde los votantes suelen compensar la presidencia de un partido dándole el Congreso y el Senado al otro, el pueblo andaluz está haciendo sutiles equilibrios entre los rojos y los azules-naranjas-verdes (a los morados ni los tomo ya en consideración). Lo más importante en Andalucía es que las alcaldías de Almería, Jaén, Málaga, Córdoba y Granada pueden decantarse para la coalición de PP, Ciudadanos y Vox, reproduciendo el esquema de la Junta de Andalucía de Moreno Bonilla y Marín. De esta forma se confirmaría que, tras cuarenta años de monopolio, Andalucía está dejando de ser roja para convertirse en arcoíris.

La buena gestión llevada a cabo desde la Junta de Andalucía, donde los profesionales contrastados del PP se han unido a la frescura que aporta Ciudadanos y la firmeza de Vox, ha repercutido en una imagen de eficiencia y renovación de la derecha que contrasta con la demagogia, la corrupción y el sectarismo de la izquierda. Si en Madrid ha sido determinantemente simbólico el rechazo de Podemos a que Amancio Ortega ayude a los enfermos de cáncer, en Málaga ocurrió tres cuartos de lo mismo con el repudio de la extrema izquierda a la empresa cultural que está promoviendo Antonio Banderas, una iniciativa que ha contando con el total respaldo del popular Francisco de la Torre, al que no ha importado el sesgo izquierdista del actor, al que ha apoyado contra el viento de los insultos y la marea de las calumnias que desataron contra Banderas desde Podemos y la miseria cultural que circunda a los populistas de Iglesias.

La derecha tiene ahora una oportunidad única para cambiar y modernizar Andalucía, cosa que no podía hacer hasta ahora. Pero desde la Junta y grandes capitales como las mencionadas sí que se puede crear una masa crítica de poder que desmonte el entramado de subsidios de la Andalucía profunda, lastrada por el modelo mercantilista del siglo XX que puso en marcha el socialismo extractivo tanto por convencimiento –están ideológicamente constituidos por la fobia el mercado (contra el interés general)– como por interés –solo saben manejar los recursos del Estado (fundamentalmente en su provecho)–.

Aunque en votos totales la victoria ha sido para el PSOE, en particular, y la izquierda, en general, lo que se está comprobando desde la victoria de Trump, que también perdió en términos cuantitativos, es que es el voto en el margen el que cuenta. Todos los votos son iguales pero no todos son igualmente decisivos. La fragmentación de la derecha está produciendo no victorias pero sí Gobiernos, de Andalucía a la Comunidad de Madrid, de Granada al Ayuntamiento de Madrid. Un puñado de votos en un sitio perdido son cruciales para que un escaño se decante por un bloque u otro. El análisis de los datos tendrá que hacerse de manera cada vez más fina y en contraposición a los planteamientos tradicionales.

Hay, de todos modos, una aldea irreductible en Andalucía, que es Cádiz. El caso del Kichi, su alcalde, es paradigmático: populista de verdad, de los que viven en piso de alquiler en lugar de en chalets de millón de euros y cobran de alcalde lo mismo que en su anterior profesión, José María González Santos es el reverso luminoso del narcisista, hipócrita y maquiavélico Pablo Iglesias, al que si hubiese que equipararlo con algún personaje de su serie favorita, Juego de Tronos, sería con Meñique, un traidor, mentiroso y acomplejado que se cree más listo de lo que realmente es y que cuando más felices se las promete, de más alto cae. Kichi no desprecia a los católicos, apoyó la concesión de la Medalla de Oro a la Virgen del Rosario, y lo mismo se entusiasma con el Carnaval que con la Semana Santa. Sin duda es un peligro para la democracia por sus querencias anticapitalistas, pero el pueblo sabe reconocer el mérito de alguien que al menos da trigo antes de predicar (tampoco se le cayeron los anillos cuando tuvo que apoyar la construcción de barcos en la ciudad a pesar de que eso significase aliarse con Arabia Saudí).

Tipos auténticos ganan, mientras simulacros políticos pierden. Entre tanto maquiavelismo superficial y tanta revolución impostada, cabe valorar que todavía hoy en la política triunfen los valores de la honestidad y la transparencia. Aunque no sean de nuestra tribu política y de nuestra cuerda moral.

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