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Santiago Navajas

La segunda derrota de Susana Díaz

Afortunadamente, vivimos en un orden liberal y la separación de poderes limita el alcance de las medidas uniformizadoras y adoctrinadoras.

Afortunadamente, vivimos en un orden liberal y la separación de poderes limita el alcance de las medidas uniformizadoras y adoctrinadoras.
EFE

Susana Díaz ha sido derrotada dos veces esta semana. La primera vez, por sus compañeros de partido, que han rechazado su candidatura por no ser demasiado socialista. La segunda derrota le ha venido del Tribunal Supremo; en este caso, por ser demasiado socialista. Unos centros de educación diferenciada habían denunciado a la Consejería andaluza de Educación por discriminarlos a la hora de acordar conciertos educativos. Y ahora el Supremo dictamina que "no se puede asociar la enseñanza separada con la discriminación por razón de sexo" y que la enseñanza mixta "es un medio, no el único, de promover la eliminación de aspectos de la desigualdad por razón de sexo".

Hay dos valores esencialmente liberales que están recogidos en la sentencia y que nos recuerdan que, afortunadamente, no estamos, todavía, en un Estado Socialista de Derecho sino en uno liberal. En primer lugar, la tolerancia. La cuestión de que, aunque puede ser que no se esté de acuerdo con unas ideas o unas conductas, hay que defender el derecho a que se puedan expresar o hacer. En este caso, no comparto las razones de los defensores de la educación diferenciada, pero ello no me lleva, como hacen los socialistas (o los conservadores, respecto de otras ideas) a tratar de prohibirlas, censurarlas o perseguirlas. De lo que se trata es de convencer, no de vencer (ni siquiera torticeramente a través de los presupuestos estatales). Tampoco estoy de acuerdo con la educación religiosa, o con pedagogías supuestamente progresistas como la Waldorf, pero respeto a quienes piensan que son opciones mejores que la laica y científica.

Es discutible, desde un punto de vista liberal, que tengan que ser subvencionadas las iniciativas educativas privadas con cargo al presupuesto estatal. Pero lo que resulta obvio desde una perspectiva de amor a la libertad –y es lo que ha venido a explicar el Supremo a los socialistas andaluces, despacito para que lo entiendan– es que si se subvencionan las de un tipo también se han de subvencionar las de otro… aunque no nos gusten. En caso contrario, caeríamos en la fatal arrogancia socialista (o conservadora) para decir a los individuos lo que tienen que hacer, con inmoral condescendencia y política liberticida.

En segundo lugar, la diversidad. En una sociedad abierta y plural, cuantas más formas de experimentar tengamos, mucho mejor para todos. Esto tiene que ver con la relación entre liberalismo político, economía de mercado y ciencia/tecnología, que forman un combo desde la Ilustración contra, de nuevo, socialistas y conservadores que pretenden una sociedad únicamente a su imagen y semejanza. Por ello, un presupuesto gestionado a la manera liberal siempre será mucho más diferenciado que uno socialista o conservador, porque estas formas políticas no asumen precisamente eso, la diferencia. Para ello tendrían que reconocer que la libertad es más importante que el orden (como piensa el conservador apegado a su homogeneidad) o la igualdad (como hacen el socialismo y su igualitarismo). Afortunadamente, como decía, vivimos en un orden liberal y la separación de poderes limita el alcance de las medidas uniformizadoras y adoctrinadoras de la izquierda en Andalucía. Lástima que no se haga de igual manera en otras regiones de España. Es precisamente en la libertad educativa donde se juega el combate cultural más duro entre liberales huérfanos de partido alguno y liberticidas de todos los partidos.

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