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EDITORIAL

¿Acaso la querían muerta?

Nunca hasta ahora el PSOE había dejado tan claro que, para algunos de sus dirigentes, no hay mejor rival que el rival muerto.

A los que pensaban que ya lo habían visto y oído todo en política, las últimas manifestaciones de José Blanco les habrán sorprendido no tanto por su forma, la habitual mezcla de chabacanería y sandez, sino por el fondo. En su peculiar estilo, el vicesecretario general del PSOE ha atacado a Esperanza Aguirre por no haber permanecido en Bombay tras los atentados que la sorprendieron la noche del miércoles. De esta forma, el político socialista se coloca en el mismo nivel de bajeza moral que el eurodiputado español Ignasi Guardans, quien en sus primeras declaraciones tras la masacre, al ser preguntado sobre los compatriotas que se encontraban en su hotel, afirmó que él era europeo, viajaba bajo esa bandera, y que por tanto no podía responder por otros. Entonces, ¿por qué critica a Aguirre, una española con la que se supone no tiene nada que ver?

Hay que ser muy necio para pensar que la presidenta de la Comunidad de Madrid pudiera haber hecho algo contra los terroristas en aquellas circunstancias. ¿O es que piensan que los asaltantes del hotel Oberoi estaban dispuestos a entablar una negociación? ¿Con qué armas contaba Aguirre para enfrentarse a los asesinos? Créanos señor Blanco, la Alianza de Civilizaciones sirve de bien poco en esos casos, aunque la haya pintado el mismísimo Velázquez. 

Quizá la insatisfacción de nacionalistas y socialistas con la conducta de Aguirre, intachable desde el punto de vista de los procedimientos de seguridad y supervivencia establecidos en caso de tiroteos, que aconsejan abandonar de inmediato la zona afectada llevándose consigo a las personas ilesas y capaces que uno encuentre a su paso, oculte su frustración por el hecho de que la presidenta de Madrid haya salido sana y salva de una situación límite.

Igual que tras el 14 de marzo de 2004 algunos significados izquierdistas combinaron su pesar por el atentado con una mal disimulada alegría por el hecho de que las bombas les habían librado del Partido Popular, ahora otros parecen lamentar que en esta ocasión los terroristas no se hayan llevado por delante a uno de sus rivales políticos más temidos. Temor es, en efecto, lo que se vislumbra tras las palabras de Guardans y Blanco, quienes ya deberían haber sido desautorizados por sus respectivos jefes. Por desgracia, el silencio de Rodríguez Zapatero y Artus Mas sólo puede ser interpretado como asentimiento y aprobación, un ejemplo más de la nula estatura moral de los actuales dirigentes socialistas y convergentes.

Para que funcione adecuadamente, una democracia debe estar basada en una serie de formas tanto escritas como no escritas que aseguren la convivencia pacífica y un diálogo político constructivo. Entre las normas que ningún político debería saltarse está la cortesía hacia sus oponentes, algo que el PSOE ha ignorado en numerosas ocasiones. Basta recordar el comportamiento del entonces presidente del Gobierno Felipe González cuando José María Aznar estuvo a punto de perder la vida en un atentado de ETA para constatar el espíritu rastrero que normalmente guía las actuaciones de los políticos socialistas.

Sin embargo, nunca hasta ahora el PSOE había dejado tan claro que, para algunos de sus dirigentes, no hay mejor rival que el rival muerto. Las palabras de Blanco deberían avergonzar no sólo a los militantes socialistas, sino a todos sus votantes, quienes a buen seguro no comparten los oscuros sentimientos de sus representantes. No estaría de más que se lo hicieran ver.

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