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EDITORIAL

Francia y el formidable poderío de los antisistema

La inseguridad ciudadana, la inmigración descontrolada, el terrorismo islamista y la corrupción son un tremendo caldo de cultivo para la emergencia de ultras como Le Pen y Mélenchon.

Tal y como preveían todos los sondeos, Marine Le Pen y Emmanuel Macron se disputarán el próximo 7 de mayo la Presidencia de la República Francesa. Lo harán en medio de una gran expectación, no exenta de temor e incertidumbre tanto en Francia como en el resto de Europa, después de ser los dos candidatos más votados en la jornada electoral de este domingo, por delante del representante de la derecha gaullista, François Fillon, del ultraizquierdista Mélenchon y del socialista Benoît Hamon, que ha recibido un varapalo sin precedentes al obtener poco más del 6 por ciento de los votos.

La victoria definitiva de Macron parece segura, a tenor de las declaraciones de sus principales rivales en la noche del domingo, cuando pidieron el voto para el candidato centrista con el fin de evitar la llegada al Elíseo de la candidata de la extrema derecha, Marine Le Pen. La única excepción fue el ultraizquierdista Jean Luc Mélenchon, que ha decidido someter a consulta entre sus bases el sentido de su voto en la segunda vuelta.

En realidad, nada sería más coherente en términos programáticos que el que los votos de Mélenchon fueran a Le Pen. La similitud de sus propuestas es enorme en numerosos asuntos cruciales. Ambos quieren más proteccionismo, más intervencionismo estatal, se alinean con el autócrata Putin en política exterior y defienden una refundación del sistema político francés con argumentos populistas basados en el pretendido enfrentamiento del pueblo contra una minoría extractiva. De hecho, la única gran diferencia reside en los beneficiarios de este vasto programa de reformas populistas: Le Pen quiere que sean a los franceses, y Mélenchon todos los habitantes del país.

La principal lectura que cabe realizar de las elecciones del domingo tiene que ver con la fuerza de las fuerzas extremistas. La inseguridad ciudadana, la inmigración descontrolada, el terrorismo islamista y la corrupción son un formidable caldo de cultivo para la emergencia de movimientos antisistema. El resultado de todo ello es que la extrema derecha y la extrema izquierda se han alzado con más del 40% de los sufragios en uno de los actores fundamentales de la escena comunitaria. El sistema electoral consigue que quede difuminado, pero que esa cantidad extraordinaria de franceses prefiera una opción radical como las representadas por Le Pen o Mélenchon es un toque de atención indiscutible del que deberían tomar muy buena nota todos los dirigentes europeos.

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