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José García Domínguez

Destronar al rey

A ese rey disminuido, minúsculo, es a quien han hecho recitar en discurso navideño el vademécum de las simplezas propias de los políticos y los tertulianos que no tienen nada que decir.

Sin duda porque aquí jamás nos atrevimos a degollar al rey, tal como es costumbre en Inglaterra o Francia, a los académicos cortesanos –de La Moncloa of course– les ha dado ahora por humillarlo, rebajando a minúscula su grafía. Una castración simbólica que dirían los pedantes de antes, cuando Lacan y todo aquello. Qué le vamos a hacer, la izquierda doméstica es así: heroica para derrocar y juzgar a los dictadores siempre que sean chilenos y se apelliden Pinochet, y aún mucho más valiente si se trata de destronar al rey en los manuales de ortografía. Nunca fueron capaces de tomar el Palacio de Invierno, ni tampoco pasaron por la guillotina a Luis XVI, pero, a cambio, han conseguido elevar a Caperucita Roja, ahora consolidada en el trono de las mayúsculas, por encima del monarca de España y su estirpe toda.

Pues igual la reina que el príncipe y las princesas desfilan a estas horas camino del cadalso gramático. Nadie se llame asombro, en fin, si cualquier día de estos le ganan la batalla del Ebro al general Franco. A ese rey disminuido, minúsculo, es a quien han hecho recitar en discurso navideño el vademécum de las simplezas propias de los políticos y los tertulianos que no tienen nada que decir. Ese recurrido inventario de enfáticas fruslerías que libran a su emisor de la funesta manía de pensar. Perogrulladas del tipo: "Sin un crecimiento adecuado no crearemos empleo". Absurdos contrasentidos económicos, como el de pretender que "no caben actitudes de egoísmo individual" con tal de salir de la crisis.

Y, faltaría más, las consabidas apelaciones a cierta moralina barata muy del gusto de charlatanes y demagogos, la que explica los colapsos del PIB por la manida "crisis de valores". Se ve que los reales escribas de Ferraz todavía no han oído hablar de un tal Adam Smith. El mismo que advirtió, allá por 1764, que "no es de la benevolencia del carnicero, del cervecero o del panadero que esperamos obtener nuestra comida, sino del cuidado que ellos tienen de su propio interés. No recurrimos a su humanidad, sino a su egoísmo". A ver si lo descubren antes de que su liliputiense majestad nos declame de nuevo el programa del PSOE en solemne alocución. Ojalá.

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