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Pablo Molina

¿Qué hace una chica como tú en un antro como ése?

Los medios de comunicación de propiedad pública hacen últimamente gala de un gran pluralismo. Lo mismo permiten el insulto a los trabajadores de El Mundo, que a los de la COPE o Libertad Digital.

Los medios de comunicación de propiedad pública hacen últimamente gala de un gran pluralismo. Lo mismo permiten el insulto a los trabajadores de El Mundo, que a los de la COPE o Libertad Digital. En eso hay que reconocerles una innegable vocación plural.

Al episodio de la espantada progre en el debate de Canal Sur sobre la Memoria Histórica, hay que sumar ahora el espectáculo bochornoso del programa 59 segundos, en el que Isabel San Sebastián hubo de marcharse para no tener que seguir soportando el hostigamiento y los graves insultos de José María Calleja, antaño valeroso defensor de los que sufren el terror nacionalista en el País Vasco, hogaño cómodo asalariado de una de las cadenas del grupo PRISA, desde la que, con fervor típico del neoconverso que vuelve al redil de la secta, se dedica a escarnecer a los que defienden lo que él mismo compartía hace tan sólo unos meses.

Z, que es el Maligno como todo el mundo sabe, seguramente le pidió durante la cena que compartieron en La Moncloa con Fernando Savater que le mirara a los ojos, petición siniestra que no había vuelto a escuchar desde que Bela Lugosi interpretaba al Conde Drácula, antes de que la morfina le licuara definitivamente el cerebro. Calleja probablemente miró bajo las cejas circunflejas y desde entonces está poseído.

Lo que me pregunto es por qué acuden los periodistas críticos con el Gobierno a las guaridas mediáticas de Z. Isabel San Sebastián tiene el prestigio suficiente como para no tener que someterse a las vejaciones de un programa preparado para destrozar a quien no piensa como Pepiño Blanco. Yo es que cuando escucho la palabra "pluralismo" echo mano al revólver que no tengo. Pluralismo no es reunir en torno a una mesa a unos cuantos hooligans zapateristas y un par de periodistas desafectos como nota de exotismo ideológico para que los primeros les azoten, sino la existencia de medios diferenciados en los que quienes comparten ideas y filosofía puedan expresarse libremente. Y que el espectador, con el mando a distancia, elija lo que prefiera.

Pero es que ni siquiera cuando se producen estos espectáculos de escarnecimiento al discrepante las televisiones públicas tienen la gallardía de actuar bajo el mismo rasero. En Canal Sur, la espantada progre supuso la suspensión del programa porque, al parecer, si la izquierda renuncia al debate éste ya no tiene sentido. En cambio, cuando quienes se ven obligados a abandonar un programa televisivo hartos de soportar graves insultos pertenecen a la prensa desafecta, el espacio continúa sin mayor problema, lamentando su directora, eso sí, que la intolerancia del insultado prive a la audiencia de seguir disfrutando de ese espectáculo de casquería totalitaria.

Dice Z que por fin Televisión Española es la televisión de todos. En efecto lo es. De todos "los nuestros".

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