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Jesús Fernández Úbeda

Viva Quintero, el Jesús del Gran Poder

Fue el mejor entrevistador patrio y mánager de flamencos como Paco de Lucía. Conoció la depresión y le avinagraba el ecosistema mediático actual.

Fue el mejor entrevistador patrio y mánager de flamencos como Paco de Lucía. Conoció la depresión y le avinagraba el ecosistema mediático actual.
Jesús Quintero, entrevistado por Jesús Fernández Úbeda en Punta Umbría, en 2019. | María Indiano

Está por ver eso de que Jesús Quintero, aquel brujo que, inspirándose en Freud, en Aristóteles y en los niños –amén de en sus guionistas, claro–, se convirtió en el mejor entrevistador de la historia del periodismo patrio, ha muerto este lunes con 82 años. No pongo en duda, líbreme el Señor, que, en estos momentos, el maestro se encuentre preguntándole a san Pedro, como hiciera con el amigo Bunbury, si alguna vez ha pensado en suicidarse. No, no van por ahí los tiros. Ahora bien, hago saber que hace tres años, cuando publiqué la interviú que le hice en su casa de Punta Umbría, me telefoneó para felicitarme y, sobre todo, para corregir un dato:

–Mira, Úbeda, es que no nací en 1940.

–Sin problema, Jesús. Dime cuándo y lo cambio.

–Verás, es que se perdió mi partida de nacimiento, y no se sabe exactamente el año en que nací. ¿Tú cuántos me echas? ¿Ponemos sesenta o sesenta y pocos?

–Jesús: quito la fecha directamente.

–Muchas gracias. ¿Está funcionando bien la entrevista?

Fue trending topic durante dos días.

Sobre Quintero escribí hace un mes en esta casa. Me llegó el soplo de que su salud había empeorado. Las últimas veces que lo llamé, su yavoy dio paso a un permanente "el teléfono al que llama está apagado o fuera de cobertura". Creo que a los ídolos y, especialmente, a los ídolos que han sido buenos contigo y te han tendido la mano con generosidad, prolijidad e inteligencia, hay que homenajearles mientras viven. Como cantaba Héctor Lavoe: "Si no me quieren en vida, cuando muera no me lloren". De ahí aquel artículo.

Jesús me contó que su madre, María, era "una cristiana de las que se hubieran comido los leones en Roma"; su padre, José, era electricista. El primer recuerdo de su infancia lo trasladaba al entierro de su abuelo, cuando él tenía ocho años: "Por primera vez, me sentí protagonista". Probó suerte en el teatro y, tras una función en el Lope de Vega de Sevilla, un tipo se le acercó, destacó que su voz llegaba hasta la última fila, y le encaminó hacia las ondas. Inició su carrera en RNE, donde entró por oposición, y presentó un formato llamado Para mayores sin reparo –"Tenía título de una revista de Colsada", me explicaba entre risas– que metamorfoseó, bendita la hora, en el histórico El loco de la colina. Evangelizó, con la ayuda invisible de Raúl del Pozo y de Javier Salvago, su buena nueva por radio y televisión en El Lobo Estepario, El Perro Verde, Cuerda de presos o El loco soy yo. Balance: 35 años de carrera, 5.000 entrevistas.

La TVE de José Luis Rodríguez Zapatero le censuró una entrevista en la que José María García radiografiaba a Aznar. También fue mánager de flamencos. A poca gente admiraba más que a Paco de Lucía, a quien llevó al Teatro Real, o al Beni de Cádiz, de quien me contaba que, una vez, "se fue con el cojo Peroche a la casa de Pemán, y le dijo: ‘Mira, cojo, aquí nació el famoso escritor gaditano José María Pemán. ¿Qué pondrán, cojo, en mi casa cuando me muera?’. Y el cojo, cojeando, le respondió: ‘Se vende’".

Siempre me la sudaron –con perdón– sus trapos sucios. Conoció la depresión, esa nube negra que se manifiesta, como escribió García Montero, "cuando soy lo que soy / en un espejo roto". Entrevistó puesto de litio a Alfonso Guerra. Le avinagraba el ecosistema mediático actual. Los buitres de Sálvame le sobrevolaron en las últimas semanas. Volcó en una fundación los frutos de su trabajo. Se ha muerto sin publicar un libro que quería titular Mis queridos hijos de puta y otro que hablamos de hacer a pachas, aunque siempre pensé que esa idea estaba más próxima de la fantasía que de la realidad, pero qué más daba: conocerle y gozar de su conversación, sus consejos, sus anécdotas y su humor fue un honor inesperado y maravilloso. Requiem aeternam dona ei, Domine. Espero que en el Cielo haya sala de fumadores.

Y va un beso para María Indiano.

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