Los cipreses del Generalife estaban un tanto sorprendidos porque un tipo esmirriado sentado a un piano sí es algo esperable en el habitual Festival de Música y Danza que se celebra en Granada en junio, pero ¿rodeado de cinco músicos armados de baterías y guitarras eléctricas? Un crepúsculo dorado, las estrellas, un par de despistadas nubes anaranjadas y Venus en todo su esplendor prestaron atención al extraño espectáculo que empezó a desarrollarse a las 21.35 en un escenario austero, negro como los ropajes de los intervinientes delante de un cortinaje de terciopelo rojo.
El tipo esmirriado y viejo como Matusalén comenzó un maullido quejoso, profundo y roto como solo pueden hacerlo los más puros de los cantaores jondos "What's the matter with me. I don´t have much to say" ("Qué pasa conmigo. No tengo mucho que decir"). El auditorio se temió lo peor, sobre todo los que habían pagado 250 euros por los asientos más cercanos al escenario y esperaban al menos dos horas de concierto. El viejo parapetado tras su piano había comenzado con un susurro casi inaudible, pero rápidamente se vino arriba y su voz sonó estentórea como siempre, con ese fraseo inimitable por cualquier IA, entre el recitativo poético, el quejío flamenco y la nostalgia del blues. Como nadie tenía móviles, nadie se distraía poniendo whatsapp, tuiteando o haciendo fotos y vídeos para Instagram y Tiktok. Además, el público era predominantemente "boomer" y jubilata, es decir, obediente, por lo que los seguratas que se paseaban vigilantes solo reconvenían a los que sacaban prismáticos, cosa al parecer también prohibida, supongo por si escondía un artefacto jamesbondiano para sacar fotografías.
Bob Dylan, nuestro abuelo, es el más grande músico del planeta rock, folk, blues, pop y lo que viene en llamarse "música ligera", Adorno dixit, porque no solo es que le cabe toda la música contemporánea en la cabeza, sino también porque es un filósofo y un poeta de primer nivel. Tras la heracliteana "Watching the River flow", en la que hizo ver a un amor fugaz que nadie se baña dos veces en el mismo río, pasó a la socrática "Most likely you go your way and I’ll go mine", un canto a la imposibilidad del conocimiento absoluto y, por tanto, del amor pluscuamperfecto "You say you love me and you’re thinkin’ o me/But you know you could be wrong" ("Dices que me amas y estás pensando en mí/Pero sabes que podrías estar equivocada") se lanzó a un flujo de canciones, hasta diecisiete y casi dos horas de actuación, en la que nos informa de que contiene multitudes ("I Contain Multitudes", una especie de oración susurrada en trance que recuerda a Leonard Cohen), nos advierte que "no soy un falso profeta, no soy la novia de nadie, no puedo recordar cuando nací y olvidé cuando morí", una elegía hipnótica ("Black Rider"), y si Eliot nos hizo ver que abril es el más cruel, Dylan nos informa que el "mes más peligroso del año" cruzó el Rubicón (si coincide con Julio César resulta que es enero dicho mes).
A diferencia del espectacular concierto del también octogenario Roger Waters que pude presenciar hace poco en Madrid, el concierto de Dylan es íntimo, aunque la música resuena igual de potente en el cerebro que en el concierto del líder de Pink Floyd. Con la diferencia de que Water pone en ocasiones la música al servicio de su ideología de extrema izquierda, mientras que Dylan únicamente usa criterios estrictamente musicales. Si Benzema juega para la gente que sabe de fútbol. Bob Dylan canta, toca, compone... para los que saben de música. El concierto que dio a mediados de junio en el Generalife bajo las estrellas pasará a la historia (una vez más). Qué gran disco es Rough and Rowdy Ways, su mejor trabajo en décadas, y qué gran gira la que lo trae a lugares tan incomparables, llenos de espectros musicales de la más alta calidad, como el Generalife. Dylan es de los pocos (seguramente el único) que reúne todos los requisitos para que la música popular alcance el estatus de música culta, traicionando la tradición del pop y redefiniendo las nociones del rock, para horror de sus fanáticos y desesperación de los críticos, a los que siempre descolocaba porque no acertaban a comprender que la respuesta está en el viento, y el viento es mutable por naturaleza. Transformó las letras de las canciones, que en general se acercaban más al obladí obladá, en candidatas al Nobel de Literatura. Ojalá no sea la última vez que podamos presenciar al más rudo y revoltoso, al más sutil y delicado de los juglares contemporáneos, heredero de Poe y Sinatra, de Walt Whitman y Ray Charles, hermano de los Rolling Stones y de Rimbaud y Ginsberg, heredero de Marco Aurelio y Little Richard. Larga vida al rey que en el Generalife tocó la armónica, sonrío e hizo feliz a los allí congregados.